Un santo cercano en el tiempo y en el corazón - Alfa y Omega

Un santo cercano en el tiempo y en el corazón

El hermano Rafael será canonizado junto a otros 9 Beatos, el 11 de octubre

Juan Antonio Martínez Camino

El hermano Rafael es un santo cercano, en el tiempo y en el corazón. Murió joven, a los 27 años, en 1938. Su tiempo es todavía el nuestro. Le entendemos enseguida cuando nos habla del progreso como extendido valor supremo; y del ruido que hacen las fábricas; y de las carreteras transitadas a toda velocidad por automovilistas que no saben bien a dónde van; de un mundo, en definitiva, que vive olvidado de su sentido y de su meta: de espaldas a Dios. Y le entendemos también cuando confiesa que, a veces, le asalta la duda y que se pregunta: «¿Tendrán ellos razón?». ¿Será mejor seguir la corriente? Sin embargo, es imposible leer los cuadernos y cartas de Rafael y no sentirse arrastrado hacia lo hondo del alma, donde no podemos evitar el encuentro con Dios. Porque la suya es una prosa desde el corazón. No escribió para ser leído por el público; pero sus escritos se agotan año tras año, porque destilan y comunican vida, vida divina. Y el hombre de hoy está también sediento de Dios.

Los escritos del hermano Rafael cayeron en mis manos cuando yo tenía 14 años, allá por el año 1966. Los leí con fruición. Luego, aparentemente, los olvidé. Pero retornaron a la memoria y a la mesa cuando fue necesario volver al fondo del alma. No sé bien la causa de esta persistencia. Por razón de mi profesión religiosa, como jesuita, y académica, como profesor de teología, he tenido la ocasión y la obligación de hacer muchas y diversas lecturas, tanto espirituales como teológicas. Pero leer a Rafael ha resultado para mí insustituible a la hora del encuentro personal con Dios. ¿Por qué?

Es posible que la razón del influjo benéfico de Rafael en mí se halle en que él es un excelente traductor de la mejor mística española al lenguaje del siglo XX. Leer a Rafael es como leer a san Ignacio de Loyola, a san Juan de la Cruz o a santa Teresa de Ávila en la prosa y en los pensamientos de un joven de nuestro tiempo, cristalinos, nada complicados y hasta poéticos. Con la naturalidad misma del correo que nos llega de un amigo, Rafael nos transmite la incomparable ciencia de aquella esperanza que se cifra en Jesucristo crucificado y resucitado.

Recuerdo perfectamente aquel no lejano 27 de septiembre de 1992, cuando Juan Pablo II le proclamó Beato. Seguí la ceremonia por televisión. Su recién anunciada canonización para el próximo 11 de octubre me llena de asombro y de alegría. Los hechos se han sucedido veloces. Hace sólo seis años, en 2003, empezamos a contactar con las personas y a buscar la documentación para el estudio del segundo milagro realizado por su intercesión. Me pidieron ayuda los monjes de San Isidro de Dueñas, monasterio donde vivió el Hermano Rafael y donde hoy se venera su sepulcro. Me entrevisté con una joven madre madrileña, Begoña León, curada inexplicablemente, en enero de 2001, de una rara enfermedad que se presenta en los últimos meses del embarazo. En junio de 2004 habíamos conseguido del hospital madrileño el diario de la UVI donde había sido atendida Begoña. El 9 de abril de 2005 se constituyó en San Isidro el tribunal diocesano que, bajo la presidencia del obispo Rafael Palmero, concluyó su trabajo en mayo de 2006, trasladando a Roma el expediente. En poco más de dos años, la Congregación de las Causas de los Santos dio su voto favorable y el Papa ordenó la publicación del Decreto de canonización el 6 de diciembre de 2008.

Ha sido un camino asombrosamente corto. «Rafael hace las cosas rápido»: se lo he oído muchas veces a la hermana María Asunción Fernández, entusiasta amiga del alma de Rafael a quien debemos la transcripción de sus manuscritos y la preparación de sus sucesivas ediciones. Valgan estas líneas, escritas también con rapidez, para felicitar a los monjes cistercienses trapenses por la primera canonización de un Hermano suyo en la Edad Moderna. Una gracia de Dios que sabrán, sin duda alguna, acoger y hacer fructificar con nuevas historias de santidad. Necesitamos monasterios poblados de monjes santos, que no dejen de enseñarnos, desde su silencio orante, la ciencia de la verdadera esperanza. Valga igualmente este escrito para felicitar a toda la Iglesia en España por este nuevo santo: san Rafael Arnáiz Barón; un hijo más de la Santa Madre Iglesia que, como santa Teresa, san Juan de la Cruz o san Ignacio, dará alas al espíritu para volar hacia Dios a todos aquellos que se acerquen al testimonio que nos ha dejado en sus cartas y escritos.