Cardenal Beniamino Stella: «Un sacerdote debería crecer con una mentalidad más amplia, más universal»
Tras el rostro amable, la sencillez y cercanía del cardenal Beniamino Stella se esconde una trayectoria al servicio de la Iglesia que comenzó de la mano de Albino Luciani, luego Juan Pablo I, quien siendo obispo de Vittorio Véneto, diócesis a la que pertenecía Stella, le ordenó sacerdote. Tras licenciarse en Derecho Canónico, el hoy purpurado comenzó estudios diplomáticos que, a la postre, le llevarían a ser nuncio en lugares como Santo Domingo, República Centroafricana, Congo, Cuba o Colombia. En estos dos últimos destinos jugó un papel esencial. Durante su estancia en la isla caribeña, la Iglesia comenzó a desarrollar su labor con una mayor normalidad, una tarea que culminó con la visita de Juan Pablo II en 1998. Y luego en Colombia, como nuncio en pleno conflicto con las FARC. En 2007 volvería a Roma para encargarse del instituto que forma a los futuros diplomáticos del Vaticano y, en 2013, el Papa Francisco le encargó la Congregación para el Clero, donde ha reformulado la formación que necesitan los candidatos al sacerdocio. Es cardenal desde 2014
En la Ratio fundamentalis sobre la formación de candidatos al sacerdocio se habla de la necesidad de la vida en comunidad. Y de la necesidad de agrupar a los seminaristas en un seminario interdiocesano…
Es un tema delicado y difícil, porque una diócesis desea y ama tener su seminario. A menudo son diócesis pequeñas, con cuatro o cinco seminaristas, que no pueden constituirse en una comunidad. Por eso, animamos a los obispos a que busquen fórmulas un poco más amplias, para juntar pequeñas comunidades que configuren un seminario interdiocesano o un seminario diocesano con presencia de otras diócesis.
Para el obispo tiene que ser un sacrificio grande, ¿no?
Lo es, porque un edificio vacío es un mensaje doloroso, triste, pero invertir en una verdadera formación me parece lo más importante. Además, hay que tener en cuenta que el tema de las pequeñísimas comunidades conlleva otras carencias, como la ausencia de formadores, o la de un rector, vicerrector y director espiritual a tiempo completo. Porque, para cinco o seis, no se puede hacer. Es importante que el equipo que se encarga del seminario pueda tener una presencia estable y vivir con sus seminaristas, porque esa vida comunitaria entre formadores y seminaristas va poniendo en evidencia talentos y fragilidades, al tiempo que ayuda a crecer y desarrollar cualidades. Animamos mucho a los obispos a que vayan juntando fuerzas. Además, esto es una oportunidad para preparar a los futuros sacerdotes en la colaboración con otras diócesis o con otros sacerdotes en las llamadas unidades pastorales. Sobre esto, estamos preparando un documento que espero que vea la luz en las próximas semanas.
Además, cuando son sacerdotes, vivir con otros ayuda evita la soledad y, quizá, otros problemas…
Se pueden desahogar, compartir experiencias, animarse… al ver las virtudes y las humanas debilidades del otro. Este vivir fraterno ayuda mucho: se comparte una vida profunda y tener una ayuda mutua que nos salva de riesgos y peligros en momentos.
Ante la falta de vocaciones, ¿sería una opción el trasvase de sacerdotes de zonas donde hay más a otras donde escasean?
Esto es complicado, porque el sacerdote nace y se incardina en una diócesis. Hay que decir en este sentido que en las grandes ciudades, en las capitales, suele haber vocaciones, porque los jóvenes han ido allí a la universidad, han trabajado y conocido a los sacerdotes y obispos. Podríamos decir, en este sentido, que las ciudades sí tienen vocaciones, frente al campo o ciudades más pequeñas. La dificultad del trasvase del que hablas radica en los obispos, que dicen que los seminaristas son suyos y no los pueden dar. Creo que habría que pensar en términos de Iglesia, más amplios. Está claro que no tenemos abundancia de sacerdotes y con lo que hay, que a menudo es poco, se corre la tentación de un cierto individualismo, también entre los obispos, que los quieren para lo suyo. La Iglesia habla de universalidad, de fraternidad, de compartir… pero es un discurso difícil también en el ámbito eclesial.
¿Habría que repartir el clero desde las diócesis con más sacerdotes a las que tienen necesidad?
Al menos, intentarlo. Desde la Congregación para el Clero hemos realizado recomendaciones en este sentido a países como Francia. En la ciudad de París, por ejemplo, hay muchos sacerdotes, bien porque van a estudiar allí o porque la ciudad les ofrece oportunidades, capacidad de desarrollo intelectual… y se crean grupos de sacerdotes que se acostumbran a la capital con todo lo bueno pero los pueblos o las pequeñas ciudades se quedan vacías, como también sucede en pequeñas comunidades de España, que no tienen sacerdotes. Es difícil, pero un sacerdote debería crecer con una mentalidad más amplia, más universal.
¿Qué recomendación hicieron en este caso concreto?
Lo que hicimos fue presentar un ideal de vida sacerdotal que va más allá de la pertenencia a una diócesis en concreto. Se trata de un discurso difícil, porque el ser incardinado en una es como pertenecer a una familia. Una la quiere y se siente bien. En cambio, cuando sale de ese ámbito, está menos seguro.
La falta de vocaciones y, por tanto de sacerdotes es una realidad, pero ¿qué le parece que haya ministros ordenados en puestos en las curias que podrían desempeñar perfectamente los laicos?
En una Curia diocesana hay muchas tareas, ya sean administrativas o económicas, que se pueden realizar a través de laicos bien formados y competentes. Esto ya se está haciendo en la actualidad. Sí, es una lástima que el sacerdote dedique su jornada a temas que puede ser desempeñados por laicos que, además, lo hacen bien. Cuesta a los sacerdotes y párrocos, porque piensan que pierden autoridad y no es así, porque los laicos están preparados, son generosos y competentes. El sacerdote debería reservarse para lo que es el ministerio de los sacramentos, que es su ámbito y tarea específica e imprescindible.
Hace unos meses, el Papa se refirió a los viri probati (hombres casados con fe madura y contrastada a los que, de manera extraordinaria, se les podría permitir el acceso al orden sacerdotal). ¿Va a tomar mayor relevancia esta figura, sobre todo, ante la celebración del Sínodo panamazónico que abordará un contexto donde la falta de sacerdotes es importante?
El Papa ha dicho que es un tema que «se puede discutir». Creo que ha usado esas palabras. En el Sínodo panamazónico se va a presentar una realidad inmensa, donde la falta de sacerdotes es grande y en la que las comunidades no pueden celebrar la Eucaristía, que es la alimentación de la vida cristiana. El Papa tiene esto como un tema que lo hace sufrir. Tener la Eucaristía es un derecho de todo bautizado. Que se vaya a poner en marcha en el Sínodo, no lo sé. El tema está ahí y el Papa ha dicho a los obispos que vayan pensando, proponiendo para dar así respuesta al problema de esa realidad geográfica.
El cardenal Beniamino Stella, prefecto de la Congregación para el Clero, visitó Madrid para participar en las jornadas El Derecho en la misión de la Iglesia, de la Universidad Eclesiástica de San Dámaso. El purpurado italiano abordó aspectos importantes de la acción sacerdotal que, en su opinión, debe «abarcar la totalidad de la persona», es decir, teniendo en cuenta sus dimensiones espiritual, intelectual, académica y pastoral. En este sentido, apuntó la necesidad de salvaguardar la fraternidad sacerdotal y dijo que lo que más destruye «son los chismes».
La jornada fue clausurada por el cardenal Osoro, que reconoció el trabajo de la Congregación para el Clero.