Un nuevo hogar para Sarah y Lambert
El 17 de enero se celebra la Jornada de Infancia Misionera. El lema de este año, Somos familia, se hace realidad en lugares como Ghana y Burundi
A Sarah le salvó la vida la hermana Mumuni Terese Stan. A los 4 años, esta niña de Ghana era tartamuda y casi no hablaba. «Si me hubiera quedado con mi familia, me habrían matado» por ser bruja, explica. En su país y otros lugares de África, «muchas tribus creen que los niños que nacen con alguna discapacidad» u otro problema «están poseídos por espíritus» y hacen que ocurran cosas malas, explica la religiosa. Por eso los abandonan. A veces, como le pasó a Sarah, incluso quieren matarlos.
Cuando se enteró de que la vida de esta niña corría peligro, la hermana Stan fue a su pueblo y casi tuvo que pelearse con sus padres para llevarse a Sarah al Hogar Nazaret para los Hijos de Dios. En esta casa viven 78 niños, todos con historias parecidas. «Cuando reciben la atención adecuada» y apoyos como sillas de ruedas y muletas si no pueden andar, o clases especiales para niños ciegos, «muchos mejoran». Hoy, con 12 años, Sarah habla sin problemas. Es la primera de su clase, y sus asignaturas favoritas son Matemáticas, Ciencia y Religión. También presume de ser «amiga de todos los niños que viven en el hogar».
Otra cosa muy importante para estos niños rechazados por sus propios padres es que allí los tratan con cariño y les enseñan «que Dios los quiere y que para Él son hermosos, a pesar de lo que les pase», continúa la religiosa. Por eso, Obras Misionales Pontificas ha elegido el Hogar Nazareth como ejemplo para la Jornada de Infancia Misionera, que se celebra el 17 de enero con el lema Con Jesús a Nazaret. Somos familia. Allí, gracias al dinero que aportan los niños de todo el mundo, se ofrece una familia a otros niños. Y, además, es una escuela de misioneros. A Sarah, por ejemplo, le gustaría «ser religiosa como madre Stan, para hacer la voluntad de Dios y ayudar a otros chicos».
Negros de piel blanca
Algo así les ocurre a los niños albinos que acoge la parroquia de Giharo, en Burundi, cerca de la frontera con Tanzania. Estos niños, aunque sus rasgos son de raza negra, nacen con la piel blanca. Eso hace que haya personas que quieran matarlos para quitarles partes del cuerpo y hacer magia con ellas, explica el padre Felix Nyandwi. En este caso, sus familias quieren protegerlos y, por eso, padres e hijos pidieron refugio en la parroquia. Al principio los acogían en el mismo edificio, hasta que «hace poco el Ayuntamiento nos cedió una casa» para las doce familias y puso guardias, porque seguían amenazados. Pero el resto de gastos los sigue pagando la Iglesia, con ayuda de Infancia Misionera.
«Antes siempre tenía miedo de que vinieran a asesinarme», cuenta Lambert Cimpaye, de 13 años. «Desde que estoy en la parroquia siempre me he sentido seguro». Pero le preocupa no saber cuándo podrán regresar a su pueblo de origen, porque «el peligro sigue ahí». Él y sus compañeros forman parte del grupo de Infancia Misionera y participan en todas las actividades de la parroquia. «En las celebraciones cantan y bailan para el Señor y oran por los niños pobres del mundo», explica el sacerdote. Lambert también reza por todos los que hacen posible «que los albinos vivamos con dignidad».