Un ministerio para el pueblo de Dios - Alfa y Omega

El Concilio Vaticano II hizo un gran esfuerzo para volver a los orígenes de la Iglesia y retomar algunas instituciones que se habían debilitado con el paso del tiempo; de este modo, han resurgido en los últimos años diversos carismas y ministerios, entre los que destaca el Diaconado permanente, que han supuesto un gran bien para el pueblo de Dios.

La misión de los diáconos es imitar a Cristo en su acción de servir. Este servicio se explicita en tres grandes campos: la Caridad, la Evangelización y la Liturgia, pero previo a estas grandes áreas hay un cimiento profundo y sólido sobre el cual se apoya cualquier actividad o servicio en la Iglesia: la identidad con Cristo que nos transforma y nos hace capaces.

A través de la imposición de manos del obispo, el Espíritu Santo configura al diácono de una manera especial con Jesucristo, servidor de Dios Padre y de los hombres, y así os da la gracia para desarrollar con eficacia su ministerio, llevando a buen fin las tareas que el obispo le encomiende.

En este Año de la fe, quiero unirme al Papa Benedicto XVI para recordar a todos cuál es nuestra misión como Iglesia: evangelizar un mundo que está enfermo porque sufre una grave crisis de fe y llevarlo a Jesucristo, el único Médico que puede sanarlo. En nuestros tiempos se nos abren nuevos retos que hemos de afrontar con entusiasmo; para ello, hemos de contar con toda la riqueza de carismas y ministerios que Dios nos ha regalado.

Por eso, quiero animaros de forma especial a vosotros, diáconos permanentes, a que sigáis desarrollando vuestro ministerio con fidelidad, dedicación y alegría.

¡Ánimo!, que la mies es mucha y los obreros son pocos, pero seguro que, contando con la intercesión del diácono san Esteban y de María Inmaculada, podréis continuar desarrollando este hermoso ministerio al que os llamó el Señor y la Iglesia os ha encomendado.