En una casa como a la que Jesús acudió «a descansar con sus amigos», una casa donde se encuentra la dignidad humana, viví hace unos días una experiencia maravillosa. Esta casa fue fundada en Bagdad por dos mujeres jóvenes en el año 2000 para acoger a otras mujeres marginadas y abandonadas en la calle, víctimas de la violencia social provocada por la guerra. Es una casa que acoge a mujeres de todas las tendencias religiosas y étnicas, donde se celebran sin diferenciaciones ni distinciones todas las fiestas cristianas, musulmanas y de otras minorías.
Fui llamado por el encargado para celebrar una Misa y participar en una fiesta organizada, por un lado, por la gerencia de la casa y, por otro lado, por un grupo de jóvenes estudiantes de Bachillerato de diferentes colegios cristianos de Bagdad. Fue un día del que recibí, personalmente, más de lo que di. Después de la celebración eucarística en la capilla de la casa, comencé a dar la comunión a las cristianas y la bendición a las demás mujeres (musulmanas y yazidíes), poniendo el cáliz de la sangre de Cristo sobre la cabeza de cada una. Sin darme cuenta, me olvidé de bendecir a una de las mujeres musulmanas, pero ella no se avergonzó de acudir a mí para pedirme que pusiera el cáliz sobre su cabeza y recibir así la bendición de Cristo. Estaba profundamente conmovido por esta solicitud, que vino de una mujer musulmana. Comprendí en ese momento lo que Jesús sintió cuando la mujer cananea se acercó para pedirle que curara a su hija.
Después de la Misa, los jóvenes habían preparado una fiesta para bailar juntos y traer alegría al corazón de estas mujeres, ayudarlas a recuperar su dignidad, burlada por la violencia social y humana. Percibí en ellos un gran deseo de hacerlas felices. Esto me quedó muy claro durante el tiempo dedicado a los testimonios, en el que los jóvenes expresaron con palabras lo que vivieron ese día. Compartieron cuán conmovidos estaban por la buena acogida de las mujeres y cuánto recibieron de este momento de encuentro humano y espiritual. Este día terminó con una comida fraterna. Fue un verdadero encuentro entre Jesús y Marta y María de Betania.