Un contemplativo que sigue siendo «un poco punk»
El hermano Jelke, uno de los cistercienses de la película La Isla de los Monjes cuenta como descubrió a Dios gracias a su rebeldía e inconformismo
«Yo era un poco punk, un poco hippy», dice el hermano Jelke, uno de los ocho protagonistas de la película La Isla de los Monjes. A sus 62 años, este monje cisterciense de Holanda se sigue reconociendo en aquel joven rebelde e inconformista que «tenía pavor a estancarse en la rutina». No es mala para él esa rebeldía, al contrario. «Me gustaría tener eso, una Iglesia un poco más hippy», una fe menos de «costumbres», dice a Alfa y Omega. «Aunque no sé si eso podría ser la solución a la secularización», admite.
El monje se reconoce especialmente en las palabras del Evangelio, en las que Jesús dice que «“Dios puede sacar hijos de Abraham de unas piedras”. Yo era una piedra, tenía un corazón de piedra. Era un auténtico pagano y consideraba que creer en Dios era una debilidad». Sin embargo, el hermano Jelke mantuvo siempre vivo el deseo de plenitud en su espíritu, y gracias a eso «al final todo acabó en Dios».
Dudó hasta en la misma puerta del monasterio, que para un cisterciense por lo general es siempre para toda la vida. «¿Seguro que quiero esto? Esto no puede ser para mí, un marinero que anhela la libertad… Todavía hoy me sigue sorprendiendo verme aquí», reconoce, pese a tener muy claro que no cambiaría su estilo de vida por nada. «Yo entonces no conocía a Dios. Ahora tengo y paz y saboreo su dulzura. Así que lo que no comprendo ahora es por qué no todos lo están buscando».
Seguir la llamada
Sobre por qué seguir a Jesús como contemplativo, el hermano Jelke solo puede decir que «esa no fue mi decisión. Dios puso un deseo tan fuerte en mí de lo más elevado que ya no pude seguir ignorando». No es algo para él fácil de «explicar con palabras». «La contemplación es un concepto difícil… Ahora estoy leyendo a Thomas Merton, Semillas de contemplación, en la que hace una buena descripción», responde.
Dios hace una llamada personal a cada uno, y a cada uno le corresponde discernir cómo seguir esa llamada, que a veces puede romper muchos esquemas. Un buen ejemplo lo ofrece la propia película La Isla de los Monjes, que muestra a una comunidad diezmada que no puede seguir manteniendo un monasterio en el que vivían cistercienses desde hace varios siglos. No hay ya sitio en el cementerio, en contraste con la sensación de abandono y decadencia en el majestuoso monasterio de Sión.
Trasladarse a la pequeña isla de Schiermonnikoog, uno de los parajes más aislados de Holanda, significa para la comunidad un nuevo comienzo, dejar de vivir reaccionando a los acontecimientos, convertirse en un signo capaz de interrogar a una sociedad cada vez más secularizada, que tal vez se pregunte qué hacen en mitad del campo «estos monjes locos». Claro que teniendo en cuenta las previsiones de que, solo en 2018, cerrarán en los Países Bajos 700 templos católicos, ¿por qué decide esta comunidad mudarse a un lugar aislado, cuando lo que la Iglesia necesita hoy claramente son manos?
«Nuestra orden monástica no está aislada. Cada abadía tiene una casa de huéspedes. Uno puede encontrarnos en internet y nuestros servicios de oración son públicos», responder el hermano Jelke. Pero además, «¿por qué debería ser la pregunta sobre el por qué el criterio para decidir?», añade. «Para nosotros no hay un por qué, sino solo seguir nuestra inspiración, nuestro deseo». Seguir la llamada. De los resultados, ya se encargará Dios.