Un chico majo, pero triste
El corazón humano está sediento de felicidad, una sed que sólo Dios puede saciar. En ese camino de búsqueda de felicidad y de sentido, el encuentro con Cristo provoca un cambio radical en la vida. Y es que el que encuentra a Jesús, encuentra el tesoro, y eso produce plenitud y alegría, llena de sentido la existencia. Una vez hallado el tesoro, se produce un cambio profundo, una auténtica conversión. Es el salto de ser majo, de ser una buena persona, al compromiso decidido por un camino de perfección, de santidad. Un ejemplo emblemático de lo que es ser un joven-buena-persona lo tenemos en el episodio del Evangelio de este domingo.
El personaje que se acerca a Jesús es ciertamente una persona buena y cumplidora. También hay que hacer notar que, según lo describe el relato, parece que más que interesarse por conocer un ideal de mayor altura lo que pretendía era una confirmación de lo bueno que ya era. Posiblemente, esperaba que Jesús le dijera que era suficiente con lo que hacía, y quizá en el fondo no deseaba más. De otro modo, no se explica que cuando el Maestro le ofrece la totalidad, la plenitud a través del dejarlo todo y seguirle, se marche triste y sin responder a su propuesta. Se muestra incapaz de descubrir el tesoro y la grandeza de lo que supone la nueva vida que se le está ofreciendo.
Jesús le viene a decir: Yo seré el centro de tu vida, el tesoro, la plenitud. Y aquel hombre que parecía libre, resulta que estaba encadenado por la riqueza material. Por eso, conviene que revisemos qué es lo que nos produce alegría o tristeza en la vida. Una señal de estar esclavizado por algo es la tristeza que nos produce la posibilidad de perderlo. Si el desprenderse de cualquier bien del tipo que sea nos produce pesar, quiere decir que esa riqueza nos encadena. Si, cuando Jesús nos ofrece algo que comporta alguna renuncia, nos ponemos tristes, eso significa que estamos cautivos.
Santa Teresa de Jesús, san Juan de Dios, san Francisco de Borja, san Juan de Ávila, eran inteligentes, trabajadores, cargados de cualidades. Eran buenas personas y buenos cristianos. Pero aquella vida no les acababa de llenar, no era suficiente. Nuestro recién declarado Doctor de la Iglesia tendrá una experiencia de conversión en Salamanca que le impactará profundamente. Años más tarde, ordenado sacerdote, lo venderá todo, lo dará a los pobres y solicitará ir a evangelizar a los países de misión. El arzobispo de Sevilla le dirá que su misión estaba en España y aquí se quedará. Lo importante no era el lugar donde misionara, lo importante era que Cristo, su auténtico tesoro, estaba siempre con él, llenando su vida de sentido, de felicidad y de amor.
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante Él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios». Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».