Hoy se celebra la fiesta de san Antonio María Claret, un santo español que vivió en el siglo XIX, y que tuvo una vida apasionante. Nació en 1807, y desde pequeño sintió mucho cariño por la Eucaristía y por la Virgen. Además, le impresionaba mucho la idea de la eternidad, y por eso siempre quiso trabajar para que todas las personas fueran al cielo.
Después de hacerse sacerdote, pidió permiso a Roma para vivir como los apóstoles: en vez de ser párroco, quería ir por los caminos, de pueblo en pueblo, con buen o con mal tiempo, anunciando el Evangelio. En el siglo XIX varios sacerdotes vieron la necesidad de estas misiones populares –así se llamaban–, porque los cristianos en realidad tenían muy poca formación y podían dejarse engañar por las ideas contrarias a la Iglesia que ya empezaban a extenderse. Fue misionero por toda Cataluña, y también por Canarias. Para tener ayuda, en 1849, fundó los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, o claretianos. En un principio, esta congregación se dedicó, como él, a la predicación del Evangelio. Pero, poco a poco, pasaron a trabajar más en la educación, porque, en el siglo XIX y principios del XX, a la Iglesia le preocupaba mucho extender la educación a todos los niños.
Pero aquí no acaban sus aventuras. Enseguida fue nombrado arzobispo de Santiago de Cuba, y en 1850 recibió la ordenación episcopal. Para él, fue otra manera de ser misionero, y pasaba mucho tiempo recorriendo toda la diócesis, que era enorme, para predicar y crear escuelas, asilos y Cajas de ahorro para ayudar a la gente. En 1857, la reina de España, Isabel II, le pidió que fuera su confesor, un puesto que para muchos representaba un privilegio, porque podía influir en las decisiones más importantes. Pero él aceptó a regañadientes, y siguió dedicando muchas horas a la oración, a las visitas a pobres y enfermos, y a la predicación. Cuando acompañaba a la reina en sus viajes, hablaba de Dios en todas partes. También escribió muchos libros, y fundó bibliotecas y librerías para que el Evangelio llegara a todos.
Como le pasó a Jesús, toda esta labor hizo que tuviera muchos enemigos, que organizaban campañas en su contra. Incluso varias personas intentaron matarle, pero se salvó siempre. De hecho, varias veces no le pasó nada porque los mismos asesinos se arrepintieron al conocerle de cerca. Sin embargo, terminó muriendo en el exilio, porque en 1868 hubo en España una revolución, durante la cual se expulsó a la reina y a todas las personas cercanas a ella. Él falleció dos años después, en Francia.