Hay series que parecen rodadas con la intención de recordarnos que la vida es más sencilla de lo que creemos. Tucci en Italia, disponible en Disney +, es una de ellas. Stanley Tucci, actor de prestigio y bon vivant confeso, recorre el país donde nació su familia para descubrir que la verdadera belleza no se mide en museos ni en postales, sino en la mesa compartida y en las conversaciones improvisadas con quienes aún conservan la memoria de lo auténtico. El planteamiento es sencillo: un hombre que ya lo ha visto casi todo se sienta a comer con desconocidos que terminan pareciendo viejos amigos. Entre plato y plato, Tucci se maravilla del ingenio humano para transformar ingredientes humildes en manjares sublimes. En Nápoles basta un tomate; en Sicilia, un puñado de almendras; en Milán, la paciencia de esperar. Su tono no es de turista que colecciona anécdotas, sino de peregrino que escucha lo que el camino le quiere decir.
Quizá por eso la serie funciona como espejo. Porque también nosotros vivimos buscando la receta de la plenitud en un recetario imposible, cuando la respuesta suele estar en lo más elemental: el pan partido, el vino compartido, la gratitud silenciosa ante lo recibido. La comida, en manos de Tucci, se convierte en parábola de algo entre humano y divino. Y, al final, lo que queda no es la técnica ni la sofisticación, sino la certeza de que la belleza tiene el mismo acento que la hospitalidad.
No es casual que, en la tradición cristiana, Dios eligiera la mesa para revelarse en plenitud. Tucci en Italia no habla de fe directamente, pero recuerda —sin pretenderlo— que cada encuentro en torno a la comida es un adelanto del banquete eterno y que, en todo, especialmente en esa sencillez gastronómica, si limpiamos bien nuestras gafas y afinamos los oídos, está Él.