Tres meses después del terremoto: vivir en Alepo es «como estar en el infierno»
Desde el Servicio Jesuita a Refugiados advierten de que, si la comunidad internacional no actúa, los sirios pasarán de la pobreza extrema a la miseria
Tan solo han pasado tres meses. Nuevas o persistentes emergencias en el mundo distrajeron pronto la atención internacional y, de esta forma, la tremenda catástrofe del terremoto en Siria y Turquía se precipitó en el pozo del olvido en cuestión de días. Sin embargo, para estos pueblos el tiempo se detuvo a las 4:00 horas de la madrugada del 6 de febrero de este año.
En el caso de los sirios, el terremoto, y sus más de 1.000 réplicas provocaron un sufrimiento añadido a una población hastiada por doce años de guerra, dos de pandemia e incluso por una epidemia de cólera. «A todo esto se le suma ahora un terremoto que, si la comunidad internacional no lo remedia, va a conseguir que millones de personas sirias salgan de la pobreza extrema para entrar en la más absoluta de las miserias», lamenta Tony O’Riordan, sacerdote jesuita y director del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) en Siria.
O’Riordan recuerda cómo en Alepo, durante aquellos primeros días, la gente incrédula no hacía más que detenerse en silencio frente a los edificios para intentar asimilar lo que acababa de pasar. Los vecinos de Alepo son expertos en resistencia. La segunda ciudad más grande de Siria vivió durante cuatro años divida entre uno y otro bando y se convirtió en un auténtico campo de batalla. Sus ciudadanos se han adaptado a la nueva situación creada por el terremoto, «mostrando una capacidad de resiliencia que es admirable y que empuja a las organizaciones que estamos sobre el terreno a continuar nuestro trabajo», explica el jesuita.
Y ese trabajo es mucho. Porque los escombros visibles son los físicos, pero hay otros que son más difíciles de retirar para volver a construir: los psicológicos. El sacerdote quiere poner el acento en este aspecto de la tragedia siria, porque asegura que el terror y la ansiedad que han causado el terremoto también han hecho mella en la resiliencia de los sirios. Vivir en Alepo es «como estar viviendo en el infierno», añade.
Una semana antes del terremoto, el equipo del Servicio Jesuita a Refugiados, que cuenta con el apoyo de Entreculturas, definía así las condiciones de vida de las familias a las que asisten. Ahora, en ese infierno se ha abierto un nuevo círculo en el que campa, una vez más, la destrucción: «Calles y plazas destrozadas que antes estaban llenas de vida. Así, nos encontramos a muchas personas que se encuentran sin hogar, o bien porque su edificio ha colapsado o porque no pueden saber en qué estado está, ya que no hay suficiente capacidad técnica para examinar los daños. A esto se junta la desinformación y los numerosos rumores que están añadiendo aún más terror y haciendo que los supervivientes permanezcan en las calles».
Zain, solo un kilo de peso al nacer
Por eso, los esfuerzos de organizaciones como el JRS se han tenido que multiplicar exponencialmente. Se necesita lo más básico, como comida o atención médica. Para prestar esta ayuda se les han unido muchos voluntarios locales que, pese a que sufrían el mismo trauma que el resto, decidieron colaborar para ayudar a sus vecinos. Esta ayuda extra está permitiendo ampliar la asistencia médica y tratar también las heridas psicológicas. «Muchas veces, la gente necesita hablar sobre su dolor, compartirlo y desahogarse», indica el jesuita.
Esta carestía material se concreta en historias como la del pequeño Zain, de solo 2 semanas de vida. El padre O’Riordan recuerda cómo el equipo del JRS encontró a la mujer embarazada y a otros cuatro niños en una mísera habitación tras haber huido de las ruinas de su edificio. La madre estaba desnutrida y el pequeño nació con poco más de un kilo de peso. Ahora se recupera gracias a los cuidados médicos brindados por esta organización.