Una de mis escenas favoritas del cine es la de Los hermanos Marx en el Oeste. Groucho —sin conocimiento alguno— asume el papel de maquinista de un tren. Su objetivo es desbaratar los planes de los malos y para eso necesita llegar lo antes posible a su destino. Pero el tren se ha quedado sin combustible. Al grito de «¡Esto es la guerra, traed madera!», manda a los personajes que interpretan Harpo y Chico a conseguir toda la madera posible. Los hermanos acaban quitando las paredes, el suelo, asientos y hasta el equipaje de los pasajeros y echándolos al fuego de la locomotora. A nadie le importa en esta película cómica lo que ocurre con los viajeros.
El pasado fin de semana se vivió, una vez más, un caos ferroviario. Un tren de alta velocidad sin pasajeros era descarrilado intencionadamente para evitar un accidente que habría sido una tragedia. Más de 13.000 viajeros resultaron afectados. Durante dos días se sucedieron las aglomeraciones en los andenes, colas kilométricas de personas esperando y hasta pasajeros a oscuras durante horas dentro de trenes parados. Imágenes impropias de un país moderno a las que lamentablemente nos estamos acostumbrando. Solo en Madrid, hay tres incidencias al día en Cercanías. Algo parecido en Cataluña. Los usuarios viajan con temor y la duda de cuándo llegarán a su destino.
Al frente del Ministerio de Transportes está Óscar Puente. Tanto el Congreso como el Senado le han reprobado por su gestión. Se le conoce más por su afición a tuitear. Se aprecia nítidamente una forma de gobernar en la que el ataque al adversario prima sobre la búsqueda de soluciones a los problemas de los ciudadanos. Se está en el «¡más madera!», echando siempre leña al fuego para alcanzar su objetivo de confrontación mientras el sistema ferroviario va quedando como el tren de los hermanos Marx. Y como en la película, no faltan los chistes. Nuestro maquinista repite una y otra vez que el tren en España vive su mejor momento de la historia. Los usuarios no le encuentran la gracia.