Todos, todos, todos
Los intuyo casi tuteándose, como buscándose mutuamente la esperanza en los días venideros, llenos de ruido, fuego y furia, necesitados de curas de barrio y de reyes sin carroza. Hablando de todo y con franqueza para todos
Este fin de semana charlaba con un docto amigo sobre uno de los rasgos fundamentales que, a nuestro juicio, caracteriza el papado de Francisco. Nos hace sentir incómodos. A los católicos, digo. Nos saca de nuestras seguridades, probablemente porque hace demasiado tiempo que las conducíamos bajo palio, cobijadas en las burbujas de nuestros entornos. A veces incluso nos enfada, a mí al menos, cuando el Santo Padre dice cosas que uno no esperaría escuchar de un Papa. Y supongo que precisamente por eso son más necesarias que nunca. Esas cosas, esas palabras que nos llevan a la periferia de nuestras ciudades y de nuestra alma, sí, y eso duele, porque llevamos años apagándonos apaciblemente mientras nos íbamos quedando cada vez más solos, muy seguros, eso sí, de que los pocos éramos los buenos, los elegidos, los puros. Quizá habíamos construido una fe que nos servía en el combate ideológico, era una bandera que sacar para atizar al otro —«estos ofendiditos…»—, pero que nunca se nos ocurría usar para arroparlo. Y el Papa va y nos habla de la casa común y de que «todos, todos, todos», y nos pone de arzobispo a un cura de barrio que en apenas 24 horas es cardenal de nuestra Santa Madre Iglesia. Y va el hombre y se va a la SER a decirle a mi amigo Aimar Bretos una colección de palabras nunca oídas en ese micrófono amarillo. Que destilaban sentido común y apertura a un mundo del que nunca debimos excluirnos. Y que habla con sencillez incluso de las cosas que uno intuye monumentales, como cuando a un obispo auxiliar le llaman para decirle que el Papa le quiere ascender. «Te llama un número desconocido, que dices, no sé si me van a vender algo…», empieza José Cobo a contar la historia. Luego dice que «Dios no es Harry Potter» y acaba explicando que la Iglesia es Juana, una señora a la que se le habían muerto cinco hijos y que tenía un marido maltratador que acudía a diario a su parroquia a decir «ay», a desahogarse con el Señor. Cuando uno arrodilla la teología todo es más sencillo. Así que me pregunto de qué hablaría el cardenal con el rey Felipe VI en el encuentro que mantuvieron el pasado viernes en la Zarzuela con motivo del inicio del ministerio episcopal del cardenal José Cobo como arzobispo de Madrid. Quizá de Star Wars o de Tolkien, o de cómo ser luz en medio de la oscuridad. Creo que en las palabras anteriores aún no he caído en ninguna herejía, pero las próximas puede que sean un poco irreverentes, ya me perdonarán. Pero me imagino a José hablando con Felipe de cosas importantes, sabiendo ambos el papel crucial que deben jugar en el futuro de nuestro país las instituciones que representan; pero los intuyo casi tuteándose, como buscándose mutuamente la esperanza en los días venideros, llenos de ruido, fuego y furia, necesitados de curas de barrio y de reyes sin carroza. Hablando de todo y con franqueza para todos, todos, todos.