Arzobispo y cardenal en un fin de semana - Alfa y Omega

Arzobispo y cardenal en un fin de semana

Poco más de 24 horas habían pasado desde que inauguró su ministerio como arzobispo de Madrid, cuando Francisco dijo el nombre de José Cobo Cano en la lista de los nuevos 21 cardenales

Cristina Sánchez Aguilar
El nuevo arzobispo abraza a su hermano en el episcopado auxiliar de Madrid, Jesús Vidal, durante la Misa. Foto: Archimadrid / Ignacio Arregui.

«El Señor es mi pastor. Nada me falta», entonaba el salmista en una catedral de la Almudena repleta de los centenares que desafiaron el calor sofocante de una mañana de 8 de julio a plomo en Madrid para dar la bienvenida al ministerio —que no a la ciudad— a José Cobo Cano, arzobispo un día y cardenal electo al siguiente. Un fin de semana que el sacerdote nacido en Jaén pero hijo de la Villa no olvidará jamás. Abanicos y algún que otro pai pai de procedencia italoafricana intentaban enfriar el ambiente mientras una procesión con más de una cincuentena de obispos, hermanos en la tarea, y otros tantos sacerdotes —en torno a 350— desfilaba sin término por el pasillo central. «El Señor es mi Pastor, nada me falta» es el canto que retrata fielmente el espejo donde se mira Cobo, pastor cercano que dejó el altar para abrazar, nada más coger el báculo, al fiel que en silla de ruedas encabezaba la fila de los elegidos para saludar al nuevo padre de la archidiócesis. Niños, migrantes, familias, ancianos. Una representación literal de la hoja de ruta de su recién estrenado gobierno. Ellos, y también el versículo del salmo que inicia este texto y que repitió en varias ocasione durante una acción de gracias, al término de la entrañable celebración, en la que no faltaron referencias a Agustín y Pauli, sus padres, y a medio pueblo de Sabiote, alcalde incluido, que autobús en ristre habían viajado a la capital para acompañar a su ilustre vecino.

En su ya reconocida sencillez, que ha valorado tanto el Santo Padre como para sorprenderle un día después de la Eucaristía de inauguración de ministerio con su designación como cardenal de la Iglesia católica, haciendo pública su elección como hombre de confianza del Pontífice y otorgándole la potestad de ser uno de los electores del futuro cónclave, José Cobo agradeció a todos sus predecesores el camino allanado y citó a los parroquianos, a las Iglesias hermanas y a las autoridades presentes —la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso; el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, o el delegado del Gobierno en la capital, Francisco Martín Aguirre, entre otros—, con las que seguir «el sendero justo». No faltó referencia a los sacerdotes, «que me han moldeado. Somos plurales, es verdad. Dicen que cada cura de Madrid tiende a ser más obispo que cura, pero sois presbiterio generoso, trabajador y perseverante, que me ha sostenido como compañero y que hoy abraza a quien solo aspira a servir, educar y celebrar con Cristo». El Buen Pastor también estuvo en las palabras de su antecesor, cardenal Carlos Osoro, a quién pidió «su sabiduría» para acompañar en la nueva tarea al que fuese su vicario primero y obispo auxiliar después.

Tras recibir el palio de manos del nuncio, Bernardito Auza —y que recogió pocos días antes en san Pedro, entregado por el Papa Francisco— el arzobispo de Madrid dedicó su homilía a los comienzos: «Un comienzo que se apoya en comienzos de otros que han sembrado antes. Un comienzo que, como todo lo que viene del amor de Dios, no tiene fin y a todos nos abraza». Su inicio, el de Cobo, lo remarcó con un mensaje claro: «Tendremos que cambiar lenguajes y ajustar fórmulas pastorales a este momento», ya que «el cambio de época lo reclama para anunciar la fascinación del Evangelio a una ciudad y a unos pueblos y unas gentes sedientas de Él». E insistió a los presentes, muy en línea con su trabajo hasta ahora en la diócesis, que «no olvidemos que somos una Iglesia samaritana», siempre atenta «a quienes quedan descartados al borde del camino». «Las migraciones, la desigualdad, la soledad, la violencia y el sinsentido son los rincones donde las personas desplazadas, los pobres, los cautivos, los ciegos y oprimidos esperan a los seguidores de Cristo unidos, para ser rescatados y reconocidos como hijos de Dios». Porque para José Cobo Cano, sin los pobres «no hay camino. Sin su inclusión social y eclesial la alegría del Evangelio sería un imposible».