«No olvidamos que somos una Iglesia samaritana» - Alfa y Omega

«No olvidamos que somos una Iglesia samaritana»

«Tendremos que cambiar lenguajes y ajustar fórmulas pastorales a este momento», ha reconocido el nuevo arzobispo de Madrid, ya que «el cambio de época lo reclama»

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Foto: Archimadrid / Ignacio Arregui.

«No olvidamos que somos una Iglesia samaritana». Así lo manifestó José Cobo Cano en la Misa que presidió esta mañana en la catedral de Santa María la Real de la Almudena con motivo del inicio de su ministerio pastoral como arzobispo de Madrid.

Una Eucaristía celebrada en un templo abarrotado de fieles, y concelebrada por el nuncio apostólico, Bernardito C. Auza; los arzobispos eméritos de Madrid, cardenales Carlos Osoro Sierra y Antonio María Rouco Varela, y los auxiliares de la diócesis, Juan Antonio Martínez Camino y Jesús Vidal Chamorro; los cardenales arzobispos eméritos de Valencia, Antonio Cañizares Llovera, y de Valladolid, Ricardo Blázquez Pérez; el cardenal misionero claretiano, Aquilino Bocos Merino; los arzobispos de Valladolid, Luis Argüello García; de Valencia, Enrique Benavent Vidal; castrense, Juan Antonio Aznárez Cobo; de Granada, José María Gil Tamayo; de Pamplona, Francisco Pérez-González; de Urgell, Joan Enric Vives i Sicilia, y de Tánger, fray Emilio Rocha Grande; y los arzobispos eméritos de Burgos, Fidel Herráez Vegas, y de Zaragoza, Vicente Jiménez Zamora, entre los más de 60 obispos que han acudido, además de 350 sacerdotes.

En su homilía, el arzobispo de Madrid habló de comienzos: «Hoy es un día singular en el que nos abrimos a un comienzo. Un comienzo que se apoya en comienzos de otros que han sembrado antes. Un comienzo que, como todo lo que viene del amor de Dios, no tiene fin y a todos nos abraza».

En este sentido, expresó su agradecimiento a los que forman parte de ese comienzo: «A la comunidad cristiana de Madrid» y «a todos cuantos me acogéis con tantas muestras de afecto y de corresponsabilidad eclesial»; a los obispos concelebrantes, así como a los «sacerdotes, diáconos, laicos, consagrados y consagradas», a los «hermanos de otras iglesias y comunidades islámicas», a todas las autoridades presentes en la celebración y, en especial «a tantos y tantos amigos de aquí y de muchos rincones que habéis venido a participar de esta Eucaristía que nos abraza a todos».

«Tendremos que cambiar lenguajes y ajustar fórmulas pastorales a este momento»

En alusión a los comienzos de Jesús, recordó que «ser cristiano es dejar que lo que el Espíritu hace en Jesús lo haga en todos nosotros, en su cuerpo, en su Iglesia. Somos sus ungidos y sus cristianos por el don del bautismo». «Tendremos que cambiar lenguajes y ajustar fórmulas pastorales a este momento», reconoció, ya que «el cambio de época lo reclama para anunciar la fascinación del Evangelio a una ciudad y a unos pueblos y unas gentes sedientas de él». Y, para ofrecerlo «con coherencia y sin atajos», invitó a los presentes «a ahondar en la base: profundizar, celebrar y centrarnos en torno a nuestra común condición de bautizados». Por eso, exhortó a «ser testigos de la voz de Cristo», no de forma individualista o fragmentaria, «sino de manera comunitaria» y «aprendiendo a empastar las diferencias».

Una tarea, dijo, para la que es necesario «re-enamorarnos de esta porción de la Iglesia particular y de toda la Iglesia en ella», buscando «la belleza y la vitalidad que, a pesar de sus arrugas, Cristo le da al habitarla y dar la vida por ella». Un amor a la Iglesia, apuntó, «no por lo que queremos que sea, sino por lo que es», y desde dentro. «Si no despertamos este enamoramiento y esta pasión, nuestro testimonio cristiano será un aburrido eco de nosotros mismos», advirtió.

«Hoy es un buen momento para que reavivemos nuestra conciencia diocesana, inserta en la Iglesia universal», aseguró. Porque, «como a los apóstoles en Pentecostés, Madrid necesita escucharnos, cada uno en su propia lengua, pero unidos». Todo ello, mediante el diálogo y el entendimiento, valorando «la vida de nuestras comunidades», e impulsando «parroquias y realidades eclesiales de todo tipo alrededor de la misión. Comunidades abiertas, familiares y, sobre todo, que remitan a Dios. Que proclamen con obras, palabras y celebraciones la fuerza seductora del Evangelio».

No olvidamos que somos una Iglesia samaritana

«Queremos caminar siempre al ritmo ágil y libre de Jesús, el Cristo; siempre atentos a quienes quedan descartados al borde del camino», incidió. «Las migraciones, la desigualdad, la soledad, la violencia y el sinsentido son los rincones donde las personas desplazadas, los pobres, los cautivos, los ciegos y oprimidos esperan a los seguidores de Cristo unidos, para ser rescatados y reconocidos como hijos de Dios». Porque «no olvidamos que somos una Iglesia samaritana». Y es que, para Cobo Cano, sin los pobres «no hay camino. Sin su inclusión social y eclesial la alegría del Evangelio sería un imposible».

También «aspiramos a que nuestra voz hoy llegue a toda la ciudad. A cuantos hombres y mujeres de buena voluntad quieran escucharla». En este sentido, se dirigió a las autoridades: «Contad con la sincera voz y ayuda de la Iglesia para trabajar por el bien común y para impulsar una cultura del encuentro», porque «como cristianos y ciudadanos, queremos aportar nuestra voz y nuestra visión al desarrollo humano integral». Así, «no vais a encontrar a la Iglesia de Madrid en los vagones de cola», ya que «el Evangelio es una potentísima locomotora capaz de ir en vanguardia aportando trascendencia, valores y una concepción del ser humano que nos ayuda a ser más felices, sabiendo que somos regalo de Dios con una doble nacionalidad: peregrinos en la tierra y convocados a ser ciudadanos del cielo».

Foto: Archimadrid / Ignacio Arregui.

Humilde servicio al pueblo de Dios

En alusión al ministerio pastoral que hoy comienza, enunció su deseo de que «mi guía sea la de Cristo pastor, el que acoge, desde la caridad pastoral, prioritariamente a los heridos y perdidos», para lo que pidió la ayuda, la oración y la bendición de todos los presentes. «Para que este Evangelio siga resonando en nuestro viejo y querido Madrid. Y que suene a ofrenda, a oblación y a servicio».

Y concluyó su reflexión con la seguridad de que «los entrañables brazos maternales de la Virgen de la Almudena sostengan nuestra ofrenda».