La Cuaresma no es, por supuesto, una terapia psicológica propiamente dicha. Pero durante este tiempo se insiste en fomentar algunas actitudes que coinciden o convergen con las recomendaciones de la psicología humanista y de la positiva. Por eso, en sentido figurado, podemos hablar de terapia cuaresmal». Una terapia no solo para los déficits, sino también para el crecimiento integral.
Sin ser lo más importante, llama la atención la invitación cuaresmal a las restricciones en la comida –el ayuno y la abstinencia–, en la actualidad reducidas a la mínima expresión. ¿Una reliquia del pasado «que hay que mantener», sin más? Creo que no. Es una invitación a la sobriedad y al autocontrol. En el siglo XVII el escritor veneciano Alvise Cornaro recomendaba una vida sobria como el mejor medio para la longevidad. El biogerontólogo norteamericano Leonard Hayflick, aludiendo a los recientes estudios que asocian frugalidad con longevidad, sustituye la conocida frase «Somos lo que comemos» por «Somos lo que no comemos».
Pero el objetivo de la templanza y la sobriedad cuaresmales no es precisamente prolongar la vida, sino reforzar el control sobre nuestros deseos e impulsos y facilitar así la aspiración a metas más elevadas. Estas pequeñas privaciones alimentarias, además, pueden ayudar a sentir empatía con esos 800 millones de seres humanos que sufren el azote del hambre; empatía difícil de experimentar, por otra parte, desde nuestras latitudes donde el despilfarro de los alimentos es tan frecuente.
Sobriedad ampliable a otras áreas: al vestir, a las diversiones y, en general, al estilo de vida. Optar por un estilo de vida sencillo, aunque no por eso menos satisfactorio. Es más, la clave del bienestar psicológico pleno está en optar por las cosas y actividades sencillas, en las que la persona está sobre las cosas y no las cosas sobre ella. Para el pensador francés André Comte-Sponville, «la templanza es la virtud por la cual continuamos siendo señores de nuestros placeres y no sus esclavos».
Durante la Cuaresma se nos invita también a la generosidad con los más necesitados. La psicología ha encontrado escasa relación entre el aumento de bienes materiales y el aumento de la felicidad, pero ha comprobado que su buen uso, como el compartir esos bienes, produce más satisfacción y bienestar que su mera acumulación. Es la paradoja de la auténtica felicidad, que crece al dar y disminuye al acaparar. Pero también está probado el efecto positivo en el bienestar psicológico de invertir parte de esa gran riqueza, que es el tiempo, en actividades prosociales. Se trata, pues, de algo más que de dar una limosna para tranquilizar la conciencia.
La psicología recomienda la observación de la propia conducta como primer paso para su adecuada modificación y para fortalecer el autocontrol. Es reflexionar sobre nuestras actitudes y acciones para confrontarlas con nuestras mejores metas y objetivos. Y, más allá, la revisión de la propia vida, recomendada por los gerontólogos desde Robert Butler, como un medio para el envejecimiento positivo –aunque no solo beneficiosa en la vejez– y constituida en terapia psicológica. Una revisión de la propia vida, en la que los recuerdos luminosos surgen para alegrarse y los oscuros para su sanación.
Ocasión propicia, pues, para contemplar el camino recorrido con el objeto de rectificar la ruta, incluso darle un giro de 180 grados. Un proceso de revisión profunda con la luz del perdón: perdonar, aceptar el perdón, pedir perdón y perdonarse. Perdón que se prolonga en compasión. Conjugar, pues, en sus varias formas el verbo perdonar, como el modo más eficaz de reconciliarnos con Dios, con las demás personas… y con nosotros mismos.
La Cuaresma es también una terapia de crecimiento porque es un tiempo especial para la gratitud. Un tiempo para experimentar y expresar gratitud por todos los beneficios recibidos. La psicología positiva muestra con claridad las importantes consecuencias positivas para la salud mental, corporal y social de practicar la gratitud. Es ver el mundo y la vida como algo que «se me da» y no como algo que «se me debe».
Días también para espabilar el oído y el corazón a la escucha de Aquel que es «más íntimo que mi intimidad». Tiempo, pues, para el encuentro con ese Ser personal que nos trasciende sin anularnos; que lejos de debilitar nuestro yo, lo fortalece sin hincharlo; que no roba nuestra autoestima, sino que la sana y fundamenta con solidez; que nos invita a escuchar a las demás personas, incluso a las que no piensan como nosotros; que hace ver al ser humano que no vive en el caos ni abandonado a su suerte, sino en un universo con un sentido y una meta, donde todavía es posible, aunque no fácil, el abrazo fraterno de la reconciliación.