Task. La gracia de los derrotados - Alfa y Omega

Task. La gracia de los derrotados

Iñako Rozas Mera
Tom Brandis (Mark Ruffalo) cambió la sotana por la placa del FBI.
Tom Brandis (Mark Ruffalo) cambió la sotana por la placa del FBI. Forto: HBO Max.

Hay series que buscan entretener y otras que se atreven a mirar el alma. Task, la nueva producción de HBO Max con Mark Ruffalo, pertenece a las segundas. Su protagonista, Tom Brandis, es un exsacerdote convertido en agente del FBI, un hombre que ha cambiado la sotana por la placa, pero no ha dejado de confesarse ante su propio espejo. Persigue criminales mientras huye de sí mismo. Como si detener culpables pudiera suplir la propia culpa. La serie se desarrolla entre fábricas oxidadas, casas modestas y una niebla moral tan densa como la industrial. Allí vive también Robbie Prendergrast, ladrón de poca monta y padre agotado. Ambos hombres parecen peones de un tablero roto: cada uno atrapado en su culpa, cada uno buscando, sin saberlo, la misma gracia.

Porque Task no es una historia sobre el crimen, sino sobre lo que queda después: la culpa, la herida, el anhelo de perdón. En su crudeza, la serie recuerda que la derrota no es el final, sino el umbral de la misericordia. Ruffalo interpreta a un hombre que ha perdido la fe, pero sigue actuando como si creyera. Y ese «como si» es ya una forma de oración.

En algún momento, la Palabra parece resonar entre la niebla del ambiente: «Os digo que, del mismo modo, habrá en el cielo mayor alegría por un pecador que se convierta que por 99 justos que no tienen necesidad de conversión». La serie se mueve en ese territorio: el de la caída que se transforma en camino.

En el fondo, Task nos propone una pregunta antigua: ¿puede la gracia tocar también a quienes ya no esperan nada? La respuesta se esconde en los gestos pequeños —una mirada, una caricia, una renuncia—, esos milagros discretos que Dios se reserva para los cansados. Porque el camino de salvación pertenece a los que tropiezan y se levantan, a los que no se cansan de recomenzar. A los que, derrotados, aún conservan el don de mirar al cielo.