Tarea pendiente en Nagorno Karabaj tras la guerra
«No puedes condenar la limpieza étnica durante 1915 y financiarla en 2021», reclama un representante de los armenios en la diáspora al presidente Biden
Las palabras del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, recordando el 24 de abril el «genocidio armenio», «deben traducirse en políticas concretas» contra «las continuas agresiones de Turquía y Azerbaiyán». Por ejemplo cesando el envío de ayuda militar a este último, subraya Harout Chirinian, de la Federación Armenia Europea para la Justicia y la Democracia (EAFJD por sus siglas en inglés). «No puedes condenar la limpieza étnica durante 1915 y financiarla en 2021».
Tras la guerra de otoño en Nagorno Karabaj (la autoproclamada República de Artsaj), que se disputan Armenia y Azerbaiyán, la situación para los armenios es «extremadamente difícil», subraya Chirinian. «Las fuerzas azeríes están muy cerca», lo que amenaza su «seguridad física». El archimandrita Shnorhk Sargsian, vicario general de la Iglesia apostólica armenia para España y Portugal, añade que «hay muchas provocaciones por parte de los azeríes, con el propósito de crear problemas para los armenios cristianos y que huyan de sus hogares». Por ejemplo, la semana pasada «impidieron el acceso a un monasterio donde iba a celebrarse una ordenación», y tuvo que cancelarse.
El 70 % de la población armenia abandonó la zona durante el conflicto. Los que han vuelto, han encontrado las casas, los colegios, los hospitales y las iglesias destruidos. A los que eran de Hadrut o Shushi, importantes ciudades que han sido cedidas a Azerbaiyán, «se les ha privado de su hogar y su patria», lamenta Chirinian. El país vecino controla también una de las carreteras a la capital armenia, Ereván, lo que «vuelve muy precaria la situación económica».
¿Un Artsaj sin iglesias?
A ambos les preocupa también el futuro del patrimonio espiritual y cultural armenio. Sobre todo del elevado número de iglesias en los territorios traspasados a Azerbaiyán. Algunas son centenarias, como el monasterio de Dadivank, en Kervayar, del siglo IX. Relatan cómo las autoridades azeríes han empezado a reclamar la propiedad de ese patrimonio, cuando su presencia en la zona se remonta al siglo XIV y la armenia a hace cinco milenios. Incluso el presidente habla «abiertamente» de «destruir o convertir en mezquitas templos armenios». En Hadrut, un reportero de la BBC pudo comprobar que «una iglesia armenia había desaparecido por completo», recuerda el representante de la EAFJD.
Por otro lado, no todos los armenios desplazados han vuelto a Nagorno. «50.000 se encuentran en Armenia, sin medios para vivir». La Iglesia armenia «está haciendo enormes esfuerzos para ayudarles recaudando dinero», también «con la ayuda de las iglesias hermanas». Los católicos de Austria, por ejemplo, han organizado el traslado a su país de soldados que han sufrido la amputación de algún miembro, para que continúen su recuperación.
27 de septiembre-10 de noviembre de 2020
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40.000 azeríes y 90.000 armenios
Otra consecuencia para su país es que el restablecimiento del transporte entre Azerbaiyán y Najchiván, un enclave azerí entre Armenia, Turquía e Irán, permitiría la libre circulación con Turquía, pero «a nosotros nos cortaría la salida hacia Irán, que es la única segura». Todos estos factores alimentan la tensión política dentro del país y el rechazo hacia el Gobierno del primer ministro, Nikol Pashinián. En noviembre la Iglesia armenia se sumó a las voces que pedían su dimisión. Esta no llegó, pero es poco probable que el Ejecutivo sobreviva a las elecciones del próximo 20 de junio.
El silencio de Occidente
Sargsian cree que Pashinián, que lleva tres años en el poder, no conocía ni había valorado bien la compleja geopolítica de la región. «Pensaba que todo era muy fácil porque las potencias occidentales aseguraban que no iban a dejar a Azerbaiyán y Turquía empezar una guerra» por Nagorno Karabaj. Pero cuando esta se produjo «no nos llegó ninguna ayuda». La realidad desmintió la percepción generalizada en Occidente de que «el genocidio era un tema del pasado y de que Turquía había cambiado». Y, a pesar de ello, en vez de «decir la verdad con claridad y enviarle un mensaje», solo se produjeron declaraciones genéricas sobre los dos bandos del conflicto. Las potencias «tienen sus propios problemas y sus buenas relaciones con Turquía, y no dan tanta importancia» a la defensa de una cultura cristiana.
En este contexto, «el papel de Rusia es muy importante», como mediador del acuerdo de noviembre y como parte (con Estados Unidos y Francia), del grupo de Minsk, encargado de la resolución del conflicto a largo plazo. Con todo, Chirinian cree que este país y todo el grupo deben hacer más: presionar a Azerbaiyán para que libere a los prisioneros de guerra, trabajar por una salida «que respete el derecho a la autodeterminación» de Artsaj y promover «la liberación de las centenarias ciudades armenias de Shushi y Hadrut y la protección del patrimonio armenio en las regiones ocupadas» de Nagorno Karabaj.