Superior general de los vicencianos e Hijas de la Caridad: «Nuestro futuro en Europa está en las casas de misión» - Alfa y Omega

Superior general de los vicencianos e Hijas de la Caridad: «Nuestro futuro en Europa está en las casas de misión»

Tras el jubileo por los 400 años de la Congregación de la Misión, Tomaž Mavrič revela que «queremos volver a las raíces de esa intuición que tuvo san Vicente de Paúl»

Rodrigo Moreno Quicios
Tomaž Mavrič es el superior general de la Congregación de la Misión
Tomaž Mavrič es el superior general de la Congregación de la Misión. Foto: Congregación de la Misión.

¿Cómo estáis viviendo los 400 años de la Congregación de la Misión?
Podemos dividirlos en dos partes. Hay una preparación externa que se ve con la celebración que tuvimos el 27 de abril en la provincia de Asís o el 1 de mayo en París. Fuimos de peregrinación a Folleville, el pueblo donde todo comenzó.

Pero este camino exterior no vale si no va acompañado y reforzado. Todas estas celebraciones que se vieron ad extra deben tener su sentido y su fuerza. La parte espiritual es la más importante y a la que tenemos que dar realmente prioridad. Tenemos dos deseos. El primero, una conversión personal y comunitaria como congregación. Y el segundo, vivir un nuevo Pentecostés.

Imagino que no fueron siempre tiempos fáciles. Por ejemplo, vivieron mucha persecución en la Revolución Francesa.
Es cierto. El día de antes de la toma de la Bastilla fue atacada nuestra casa madre, la comunidad de donde salió san Vicente de Paúl. Por eso nos llaman en algunos sitios los lazaristas, porque era una lazareta [es decir, un asilo sanitario, N. d. R.].

Su propia familia más cercana también conoció la persecución. En 1945 huyeron del comunismo en Eslovenia y vivieron en Argentina.
Indirectamente mis padres siempre me lo recordaban y compartían esa tragedia. Yo soy hijo de refugiados y el 8 de mayo de aquel año dejaron todo atrás. Salieron solo con lo puesto y mi abuela se llevó un paraguas. En un carro de caballos se fueron hasta la frontera de Eslovenia con Austria. Después siguieron caminando por un túnel hasta llegar a una explanada donde montaron unas carpas para vivir debajo de unos árboles. Después fueron aceptados en un campamento de refugiados durante tres años.

Entonces los países se abrieron a los refugiados, que eran miles y miles de personas. Las dos familias de mis padres, que no se conocían aún, decidieron ir a la Argentina. En ese momento, el presidente era Perón y estaba muy abierto. Recibía a todos: enfermos, ancianos, familias y parejas sin casar. Recibía a cualquiera que deseara venir y era un lugar que realmente tenía las puertas abiertas.

Mis padres tenían unos 13 años cuando llegaron a Argentina, aunque mi padre tardó más porque por el camino enfermó de tuberculosis y se quedó dos años en un hospital de Austria.

Después trabajó muchos años en la antigua Yugoslavia. ¿Cómo era el clima de fe en ese momento?
En Yugoslavia yo era seminarista en 1970. Primero hice un año en el seminario interno que la Congregación de la Misión tenía en Belgrado, la capital de la actual Serbia. Después pasé seis años en Liubliana, la capital de Eslovenia.

En ese momento Tito lo tenía todo controlado y la Iglesia tenía los movimientos muy limitados. Tenía espías infiltrados y vivíamos así. Algunos de nuestros hermanos y personas de otras congregaciones, también sacerdotes y laicos, dijeron: «Así no podemos seguir». Comenzaron a hablar abiertamente sin tanto miedo y fueron perseguidos, pero en ese momento ya solo los metían en la cárcel. Los comunistas se lo pensaron dos veces y no fueron más allá, aunque les tenían controlados y amenazados. En 1983 fui ordenado y me mandaron a Canadá. Entonces no viví la caída del comunismo y de la Unión Soviética, ni Yugoslavia.

¿Qué obras desarrolla la Congregación de la Misión actualmente en el mundo?
San Vicente de Paúl nos dio un carisma y queremos volver a las raíces de esa intuición que le vino del Espíritu Santo. Estamos haciendo lo posible para revivirlo. Una de las obras son las misiones populares. En diferentes países, esta forma de evangelización o de profundización en la fe va cambiando. Si en Europa, años atrás, las misiones populares eran muy pedidas, esta forma que san Vicente nos dejó en Europa ya no atrae.

No es la forma de acercarse a la mayor parte de la gente, hay que ir buscando otras. Las misiones populares en algunos sitios duran un mes y, aunque todavía hay algunas que siguen el modelo original, hay que ir buscando otras formas que duren un fin de semana.

¿Cómo se puede evangelizar a los europeos?
Una de las formas de hacerlo que tenemos los misioneros de la Congregación de la Misión es la de ser libres en el sentido misionero. En sus orígenes, el nombre que nos pusimos es el que nos dio la gente, no una propuesta nuestra, porque no estábamos ligados a una parroquia ni a un lugar fijo, sino que estábamos en continuo movimiento itinerante.

Pienso que es la forma que nosotros podemos aportar hoy a Europa. En Europa hay muchas parroquias, pero en vez de limitarnos a un territorio, podemos abrirnos a muchos grupos y estar con los jóvenes y grupos de todos los diferentes grupos de edades. Podemos ayudarles un fin de semana a tener una renovación espiritual o divulgar los diferentes grupos de laicos vicencianos.

También veo que tenemos muchos inmigrantes y refugiados en Europa y me parece una oportunidad extraordinaria para que los cohermanos de los países de los que vienen los puedan acompañar de cerca en su idioma. Tenemos algo así ya en Londres, una casa internacional donde cuatro hermanos van acompañando a distintos grupos de inmigrantes y refugiados.

Nuestro futuro en Europa está más en las casas de misión que en las parroquias. Mientras una parroquia estará acompañada por un sacerdote diocesano, nosotros estaremos en esas dinámicas misioneras. Yo haría casas de misión en todos los países de Europa donde estamos presentes porque allí encontramos refugiados, migrantes, personas alejadas de la Iglesia y es ahí donde tenemos que estar. Tanto con los pobres espirituales como con los materiales.