El mundo de los judíos de Alandalús cobra nueva vida - Alfa y Omega

El mundo de los judíos de Alandalús cobra nueva vida

El Centro Sefarad-Israel de Madrid acoge una exposición que muestra la vida judía antes de la invasión de los almohades, que arrasaron una forma de vida deslumbrante

Ricardo Ruiz de la Serna
Solomon Schechter trabaja en la biblioteca de la Universidad de Cambridge en 1898. Foto: Biblioteca de la Universidad de Cambrigde.

Estos papeles contienen los nombres del Nombre: Yahvé, Jehová, Elohim, el Eterno Bendito, el Señor del Mundo y otras tantas perífrasis y epítetos que designan al «Dios de tus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob». Estos documentos, que comprenden fragmentos de la Torá, cartas, notas, poemas, versículos y oraciones son el tesoro de siglos de historia judía almacenados en una alcancía. Sí, una alcancía, porque no de otro modo puede traducirse el término guenizá, que sería más preciso. Una enorme alcancía por cuya ranura se introducen estos textos manuscritos o impresos.

Sala dedicada a la poesía hebrea en Alandalús. Foto: Centro Sefarad-Israel.

El visitante tiene ahora la oportunidad de contemplar la misteriosa majestad, el fabuloso hallazgo y el delicado testimonio que durante más de 1.000 años se fue acumulando en la guenizá de la sinagoga Ben Ezra en El Cairo (Egipto). El Centro Sefarad-Israel acoge hasta el próximo 31 de marzo la exposición La Edad de Oro de los judíos de Alandalús. Fruto de la colaboración entre el propio Centro Sefarad-Israel, la Casa del Mediterráneo, el Miller Center for Contemporary Judaic Studies, The George Feldenkers Program in Judaic Studies de la Universidad de Miami, la Red de Juderías de España, el World Jewish Congress y la Fundación Hispano Judía, y comisariada por José Martínez Delgado, catedrático de la Universidad de Granada, la muestra nos franquea la entrada a un mundo ya desaparecido y que se conservó en esos documentos cubiertos de polvo en El Cairo: la vida judía en Alandalús —lo escribo como aconseja nuestro comisario— antes de la invasión de los almohades, que arrasaron, ¡ay!, una forma de vida deslumbrante.

De eso trata esta exposición bellísima que nos permite ver, por ejemplo, el texto de una moaxaja —la forma poética árabe en la que se conservaron las primeras palabras en romance— o una carta que acompañaba ciertos regalos enviados desde Egipto hasta Alandalús. Los paneles iluminan las piezas y ante nosotros va animándose una sociedad de casas bajas, enjalbegadas, con calles rectas y luminosas. La Córdoba de Abderramán debió de ser clara y muy hermosa. Gracias a estos documentos, complementados por los paneles y las reconstrucciones, ese mundo antiguo renace por unos instantes y entonces vemos los problemas conyugales que la quetubá, el contrato matrimonial judío, estaba llamado a prevenir o lo que parece una lista de la compra escrita por la mano del mismísimo Maimónides. Vayan con cuidado. Este listado podría encerrar un misterio. No se lo desvelo porque ha de quedar en secreto por ahora. Si quieren conocerlo, visiten la exposición y, cuando lo descubran, cuéntenselo solo a quienes amen. Protéjanlo de las miradas impías y de los gestos aviesos. Traigan a sus amigos a esta exposición, cuyo silencio y tamaño invitan a la tranquilidad y a la calma, como los jardines de Córdoba o de Lucena.

Carta a David, jefe del exilio de todo Israel, de una mujer con una enfermedad desfigurante que la ha dejado empobrecida. Foto: Biblioteca de la Universidad de Cambrigde.

Lucena. Deténganse un ratito en este espacio que reconstruye el mundo de estudio y cultura que hizo de esta ciudad uno de los grandes centros del mundo judío. Si España tuviese una Vilna, a la que llamaron la Jerusalén del norte, sospecho que sería Lucena, la perla de Sefarad, rebosante de erudición e inteligencia. Atraviesa toda la exposición la nostalgia de un mundo perdido, arrasado por las invasiones de los almorávides y de los almohades. Cuando Maimónides vio la luz en Córdoba (1138), Medina Azahara ya había caído pasto de las llamas. Un sollozo nos brota de pronto. Esta exposición no entristece, no, pero conmueve. El mundo de Hasday Ibn Shaprut (915-975), el diplomático, o de los poetas Ibn Gabirol (1021-1058) y Yehudá Halevi (1070/75-1141) cayó mucho antes de que los cristianos tomasen Córdoba, Sevilla o Granada. Fue una cultura andalusí, y por ende española, de un refinamiento y una altura que esta exposición describe bajo el prisma del esplendor cultural judío.

Espacio dedicado a Lucena. Foto: Centro Sefarad-Israel.

Regreso un momento a la primera sala, la que introduce el hallazgo de la guenizá de El Cairo, atestada de documentos —más de 200.000— provenientes de todas partes. Gracias a ellos, la España de los omeyas ha vuelto a la vida, que es el signo distintivo de la presencia de Dios en la historia. No debe, pues, sorprendernos que gracias a La Edad de Oro de los judíos de Alandalús se haya recobrado tanta belleza.