Su hijo le dijo: «¿Así que fabricas armas? Eres un asesino»
Vito Alfieri Fontana diseñó, construyó y vendió un millón y medio de minas antipersona. Desde que dio la vuelta a su vida y cerró su empresa hace 25 años, solo ha logrado retirar 3.000
Las dos vidas de Vito Alfieri Fontana están escindidas por el hondo surco que dejan dos cifras enemistadas. La del millón y medio de minas antipersona que ha diseñado, construido y vendido y las poco más de 3.000 que ha retirado. Números que separan dos biografías irreconciliables: mercader de la muerte y centinela de la paz. Pero empecemos por el principio. En la década de 1980, Italia era uno de los principales productores en el mundo de este tipo de armas, a causa de las que en el año 2022 murieron 1.661 personas, según la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas. Alfieri Fontana tenía 26 años cuando entró como ingeniero en la empresa italiana Tecnovar, fundada a finales de los años 50 por su padre. Su talento fue imprescindible en la creación de la mina TS-50, uno de los modelos más exportados y copiados del mundo. Hoy tiene claro que estos artefactos son un «medio nacido de la infamia para marcar, aterrorizar, mutilar y matar. Cuando no golpean a inocentes, sirven para hacer inhabitable un territorio durante años tras el fin de una guerra». En efecto, las minas no solo suponen una amenaza inmediata: la mayoría quedan abandonados en tierras de cultivo, lugares de paso y zonas de uso civil. «Se esconden también en juguetes. La inmensa mayoría de las víctimas son niños», señala con acritud.
El primer revés a su mundo de comodidades sin escrúpulos llegó en 1993, tras un encontronazo con su hijo de 8 años mientras lo llevaba al colegio en coche. En el asiento trasero había un catálogo de Tecnovar y el niño empezó a hacerle preguntas incómodas: «¿Así que fabricas armas?», le soltó a bocajarro. «Eres un asesino, ¿por qué tienes que ser tú quien las construya?». Alfieri Fontana se quedó desarmado: «Hasta ese momento, me había hecho la ilusión de que había una ética en el uso del armamento y que las minas se utilizaban realmente para detener ejércitos y no para aterrorizar y exterminar a poblaciones enteras».
Unos meses más tarde el sacerdote italiano Tonino Bello, que desde noviembre de 2021 está camino de los altares, lo invitó a una conferencia sobre el desarme. Así empezó a codearse con pacifistas, trabajadores humanitarios y víctimas inocentes que no se rindieron ante el mal, a pesar de tener motivos para hacerlo. «De vez en cuando me enviaban cajas con un solo zapato, para indicar que el otro había saltado por el aire; era una forma de hacerme entender el mal que estaba cometiendo», relata. Una semilla iba creciendo en su interior, atosigándole, hasta que tomó una decisión radical: cerrar la empresa de armamento. Esta drástica metamorfosis le permitió por primera vez dormir a pierna suelta pero lo enfrentó para siempre con su padre, mientras veía desinflarse su tenor económico.
El 15 de septiembre de 1999 —dos años después de la firma del Tratado de Ottawa, que prohibió la venta y producción— arrancó su nueva vida como desminador para la organización humanitaria INTERSOS. Su primera misión, dedicada a peinar centímetro a centímetro el terreno minado en busca de estos explosivos, fue en Prístina (Kosovo). Allí solo, sabiendo que un paso en falso podía hacerlo saltar por los aires, restañó las heridas de su conciencia para siempre. «Hacer la guerra es como talar un árbol. Construir la paz es como esperar a que crezca», concluye.
Años de muerte. Pueden permanecer latentes durante décadas hasta que finalmente se activan.
Tristes cifras. En 2022, 4.710 personas murieron sufrieron heridas. La mitad de los civiles, niños.
Muy baratas. Por su bajo coste, son usadas sobre todo por países pobres en conflicto.
Difícil retirada. La mayoría tienen una carcasa de plástico que evita la detección magnética.