En una entrevista publicada el 4 de agosto en el periódico venezolano Últimas Noticias, el arzobispo Parolin habla del impacto de la elección del Papa Francisco: «Estábamos concentrados» en los problemas y escándalos y, de repente, «ha cambiado completamente la situación a un clima de esperanza, de renovación». La Iglesia mira ahora «con gran confianza hacia el futuro de Dios. Me parece que es lo más bello que nos ha pasado». La entrevista fue realizada en junio, antes de la JMJ de Brasil, con la que el Efecto Bergoglio alcanzaría una dimensión estratosférica. Wolfang Schäuble, el temido ministro de Finanzas alemán, protestante, calificaba en esos últimos días de julio a Francisco de «regalo para todo el mundo, no sólo por los católicos. Un Papa tan humilde, que saca su cartera en el hotel y paga su cuenta; que en su primer viaje visita a los refugiados de Lampedusa es algo simplemente maravilloso. Un sacerdote en el mejor sentido».
Es cierto que muchas alabanzas son, en realidad, dardos envenenados contra la Jerarquía local y próxima, caricaturizada como antagonista del obispo de Roma. Se han dicho muchas tonterías, como si el nuevo Pontífice se propusiera subvertir los dogmas y la moral de la Iglesia. Pero hay una nueva predisposición a la escucha. Francisco personifica esa esperanza de la que el mundo está hoy sediento, de la que les hablaba el cardenal Prosper Grech a los 115 cardenales recién encerrados el 12 de marzo en la Capilla Sixtina para elegir a un sucesor de Pedro. El cardenal maltés advertía también de que «la persecución es un quid constitutivum de la Iglesia, como lo es la debilidad de sus miembros». Porque, aunque «todos desean conocer la verdad…, cuando la verdad revela nuestros defectos, es odiada y perseguida». Por eso se lanzan acusaciones falsas. «No hay que hacerles caso». Ahora bien, «otra cosa es cuando se dice la verdad en contra de nosotros… Mucha gente no llega a creer en Cristo porque su rostro se oscurece y se esconde detrás de una institución a la que le falta transparencia».
Asediados por el primer tipo de acusaciones y apesadumbrados por las segundas, la tentación del repliegue es inevitable. Ese miedo es el muro que vemos tambalearse. «Creo que no está pasando nada nuevo en la Iglesia», añadía Parolin en su entrevista. La renovación es la rutina en la Iglesia, «porque el protagonista principal es el Espíritu Santo…». Lo que ocurre hoy, probablemente, es que muchos empezamos, por fin, a creérnoslo.