Silencios rotos - Alfa y Omega

Cuando hablamos de la Biblia es frecuente que recordemos en un primer momento a varones significativos: Abrahán, Moisés, David, José, Pedro, Pablo… Obviamos de esta manera a una parte de cada historia de vida. Por ejemplo, al lado de Abrahán estaban Sara y Agar, y en la promesa de Dios (un pueblo) están implicados los tres personajes. Pablo es referencia fundamental para entender la comunidad de Filipos, pero sin el matronazgo de Lidia no hubiera habido comunidad. Ambos, hombres y mujeres, son instrumentos de la salvación de Dios. Hombres y mujeres participan en igualdad en la promesa de bendición hecha a Abrahán y Sara. Por eso, hoy, es un signo de los tiempos conocer la mayor cantidad de experiencias diversas de encuentro con Dios. Esa diversidad experiencial nos permite comprender mejor la tradición que hemos heredado. Sin las mujeres de la Biblia, la tradición está incompleta y le falta una parte de la perspectiva que necesitamos para vivir una experiencia plena del amor de Dios.

Releer sus historias de vida silenciadas nos hacen reencontramos con el mensaje liberador que Dios nos ofrece a través de las mujeres, y que hemos acallado con prejuicios e indiferencia. La relectura de la Biblia que tiene en cuenta la perspectiva de las mujeres evita contribuir al silenciamiento de las mismas que se da en muchos lugares de la sociedad. Al trazar genealogías de mujeres, esta relectura rompe los silencios impuestos por las sociedades desiguales que han velado el ardiente deseo de Dios de que la comunidad cristiana viva fiel al discipulado de iguales de los hijos e hijas de Dios.

El primer silencio roto por las mujeres en la Biblia es quizá el menos evidente, el de la maternidad. La maternidad está ligada a la vida y a la continuidad del grupo humano en la antigüedad. Y la mujer está en el centro de esa vida. En general, no hemos sabido leer el camino bíblico hacia la maternidad porque no se ha dejado a las mujeres hablar de su propia experiencia de maternidad. Desde la mirada de los varones, el grupo humano necesita que las mujeres tengan el mayor número de hijos. La bendición de Dios se traduce en la posibilidad de mucha descendencia. Así las mujeres obtienen su estatus siendo madres. Ser infértil es una maldición. Al releer el texto bíblico desde la perspectiva femenina descubrimos algunas maternidades particularmente extraordinarias, atípicas y francamente subversivas. Ellas, las mujeres estériles, las malditas, son las que reciben la bendición de la maternidad. Acceden a esta bendición sin que exista un intermediario varón, por su profunda fidelidad a Dios, como sujetos autónomos y con autoridad. Ana (Sam 1-2) comparte con Sara (Gn 16), con Raquel (Gn 29-30) o con Tamar (Gn 38) la vivencia de que Dios ha hecho justicia con ellas (Gn 30, 6) en su infinita bondad. Ellas «han visto a Dios» (dice Agar en Gn 16, 13) y se atreven a nombrarle y proclamarle como hacen Miriam (Ex 15, 19-24) o María (Lc 1, 46-55).

Otros silencios se rompen a través de los caminos de amistad. Hoy en día hablamos de sororidad para fortalecer los lazos de empoderamiento entre mujeres que están en situaciones difíciles y sufren. En la Biblia encontramos amistades fuertes, que no se han visibilizado suficientemente como modelos de convivencia entre personas, sean del sexo que sean. Ahora que nuestro horizonte comunitario se orienta desde el marco de la encíclica Fratelli tutti, la amistad intergeneracional de Rut y Noemí, que pone el cuidado como centro de la vida, resuena con mucha fuerza. Judit y su criada (Jd 8-9) trabajan como compañeras inseparables en favor de su comunidad y Dios pone en ellas toda su confianza. María y su prima Isabel viven sus complicidades al servicio del proyecto de Dios (Lc 1, 39-45). Las comadronas y madres de Israel (Ex 1, 15-17) «conspiran» juntas siendo portadoras y defensoras de la vida que quiere ser arrebatada por el mal.

Hay silencios que son desbaratados por mujeres que se atreven a traspasar los estereotipos que la sociedad les impone, y demuestran con ello que Dios está con aquella que, en su pequeñez, confía en Dios. Esther se muestra astuta en la corte de Asuero. Lo hace para proteger a muchas personas, con diligencia, desarrollando una política del encuentro y el consenso (Est 2-8) e invirtiendo todas sus fuerzas en desenmascarar las injusticias. Débora, siendo profetisa y juez, funciones sociales impropias para las mujeres, es testimonio de que las mujeres pueden ejercer un liderazgo inclusivo, aglutinante, que refuerza los lazos entre grupos y personas, pues pone en el centro no su propio prestigio, sino la misericordia de Dios como medio para animar al pueblo y reconciliar en los momentos de conflicto.

La Palabra de Dios que nos muestran las historias de las mujeres bíblicas es fuente de libertad para muchas personas. Recuperar sus genealogías se convierte en una tarea fundamental para el hoy. Lo mejor, en estos casos, es leer más la Biblia, fijándose en los personajes femeninos y preguntarse qué testimonio nos ofrecen, y ayudarnos también de exégetas que nos dan una perspectiva actualizada de estas tradiciones y llevarlas a la propia vida, que es el objetivo final: ser comunidad de creyentes en igualdad en torno a una misma mesa, la de Cristo.