Signo de Cristo para los gentiles
Miércoles de la 3ª semana del tiempo ordinario / Marcos 16, 15-18
Evangelio: Marcos 16, 15-18
En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo:
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
Comentario
«¿Quién eres, Señor?». Ante la aparición luminosa de Cristo, inmediatamente Pablo identifica al Señor, su Dios. Y si le pregunta quién es, es porque cae en la cuenta de que no conocía a su Dios. Reconoce la potencia celeste de la luz, pero Dios nunca había sido tan cercano para él. Dios ya no es alguien remoto, que se mantiene siempre más allá del mundo, irreconocible, totalmente inasible e inalcanzable; su Señor hoy es Alguien que se dirige a él y le habla, que reclama su vida. Dios le ha salido al encuentro en Jesús, a quien él perseguía. Porque él estaba en quien proclamaba su Evangelio.
Por eso creyó, se bautizó, y fue salvado; porque «el que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado». Su pasado ya no podía condenarle, sus actos ya no podían determinarle. Ahora vivía de aquel instante: ese encuentro era lo más determinante de su vida. Ese encuentro era ahora su vida misma. Vivir fue para para él ese encuentro. La vida era Cristo. Su vida estaba redimida porque estaba sostenida por ese encuentro en el que había conocido el amor incondicional de Dios en Cristo. Pablo era otro ante Jesucristo resucitado. Había muerto el viejo Saulo, y un nuevo ser había sido engendrado para la vida eterna.
Se había salvado, toda su vida estaba salvada, porque estaba totalmente determinado por aquel momento. Eso llenaba su vida de «signos»: su vida entera fue un signo de Cristo para los gentiles. Porque en él sobrepujaba la vida, sobreabundaba la vida y la gracia, por encima de todos sus pecados. Pablo trajo la esperanza a los gentiles, la que es capaz de salvar todas las vidas.