Si no los citamos es como si no existieran
Dos veces al año el Papa nos ofrece la hoja de ruta para salir de nuestro ensimismamiento: la bendición de la ciudad al mundo
Dos veces al año el Pontífice ofrece la hoja de ruta para salir del ensimismamiento. La bendición de la ciudad al mundo, de la urbe al orbe, cada Domingo de Pascua y 25 de diciembre, recuerda a los cristianos la petición clara que nos dejó el Señor en las Escrituras: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación». No solo a la parroquia. No solo a los hermanos de movimiento. No solo a los hijos. Al mundo entero.
Francisco, el pasado domingo de Resurrección, pidió ayuda al Señor para las tierras atribuladas. Y a la vez, en su discurso público, llamó a los corazones de las personas de buena voluntad para que pongan esa chincheta en el mapa que marque dónde hay personas que sufren y necesitan colaboración y oración. El Papa señaló Ucrania y pidió «luz pascual sobre el pueblo ruso». Reclamó consuelo para los huérfanos y viudas, para los padres ya sin hijos. En una frase con una carga diplomática que suele pasar desapercibida, instó a que «los prisioneros puedan volver sanos y salvos con sus familias».
El Papa trasladó a los fieles a su siempre nombrada Siria. Y a Turquía. Ya no se recuerda tan a flor de piel que hubo un terremoto que dejó más de 50.000 muertos. El conflicto entre Israel y Palestina, recrudecido estos días, fue otra de las paradas en este viaje por el horror. No se olvidó, como también pidió a los cristianos que no hagamos, de Líbano, de Túnez, de Haití —¡ay, Haití!—, pequeña porción de isla que nadie nombra —Alfa y Omega sí. Una vez al mes, como mínimo, con Valle Chías, misionera incansable—. Etiopía, Burkina Faso, Malí, Mozambique y Nigeria. Sudán del Sur y la R. D. Congo, en su corazón tras haberlos visitado recientemente. Myanmar y los rohinyá, siempre presentes. Y los cristianos que celebraron la Semana Santa bajo vigilancia, como en Nicaragua o Eritrea. Si no los citamos, si no los contamos, si no ponemos rostro, es como si no existieran. El Papa los resucitó.