El Papa pide no ser indiferentes «ante los inmigrantes que quieren echar» - Alfa y Omega

El Papa pide no ser indiferentes «ante los inmigrantes que quieren echar»

El Papa Francisco ha pedido durante el rezo del Angelus de este domingo no ser indiferentes ante los «inmigrantes que quieren echar», en alusión al asesinato de un refugiado nigeriano esta semana en Italia como consecuencia de los golpes recibidos en un suceso de carácter racista. «¿Quién es mi prójimo? ¿A quién debo amar como a mí mismo? ¿A mis parientes? ¿A mis amigos? ¿A mis compatriotas? ¿A los de mi misma religión?», ha preguntado a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro

Redacción

El Pontífice afirmó, a través de la parábola del buen samaritano, que los cristianos no deben «catalogar a los demás para decidir quién es mi prójimo». «Puesto que depende de nosotros ser o no ser prójimo de la persona que encontramos y que tiene necesidad de ayuda, independientemente de quien sea», ha añadido.

Francisco ha pedido en este sentido a los cristianos que estén «cerca del que sufre, del pobre, del que pasa dificultad y no ser indiferente» ante el sufrimiento de los demás. «La actitud del buen samaritano es necesaria para dar prueba de nuestra fe, que si no está acompañada por obras, resulta muerta», ha reseñado. Por ellos ha invitado a preguntarse: «¿Me hago prójimo o simplemente paso de lado?».

«Es bueno hacerse estas preguntas porque al final, seremos juzgados por las obras de misericordia», concluyó.

Al final de la oración mariana el Obispo de Roma saludó a los fieles presentes llegados de tantas partes del mundo, especialmente a los numerosos grupos de Italia y de Polonia, participantes en la gran peregrinación de la Familia de Radio María al Santuario de Częstochowa. Francisco recordó que celebramos el Domingo del mar, jornada en la que se nos invita a reconocer el trabajo de la gente del mar, así como sus múltiples sacrificios. En esta misión el Papa alentó a los capellanes y a los voluntarios en su precioso servicio a todos ellos.

Europa Press / Redacción

Texto completo de las palabras del Papa Francisco durante el rezo del ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy la liturgia nos propone la parábola llamada del buen samaritano, tomada del Evangelio de Lucas (10, 25-37). Esta parábola, en su relato sencillo y estimulante, indica un estilo de vida, cuyo baricentro no somos nosotros mismos, sino los demás, con sus dificultades, que encontramos en nuestro camino y que nos interpelan. Los demás nos interpelan. Y cuando los demás no nos interpelan, algo allí no funciona; algo en aquel corazón no es cristiano.

Jesús usa esta parábola en el diálogo con un Doctor de la Ley, a propósito del dúplice mandamiento que permite entrar en la vida eterna: amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismos (vv. 25-28). «Sí –replica aquel Doctor de la Ley– pero dime, ¿quién es mi prójimo?» (v. 29).

También nosotros podemos plantearnos esta pregunta: ¿Quién es mi prójimo? ¿A quién debo amar como a mí mismo? ¿A mis parientes? ¿A mis amigos? ¿A mis compatriotas? ¿A los de mi misma religión?… ¿Quién es mi prójimo?

Y Jesús responde con esta parábola. Un hombre, a lo largo del camino de Jerusalén a Jericó, fue asaltado por unos ladrones, agredido y abandonado. Por aquel camino pasan primero un sacerdote y después un levita, quienes, aun viendo al hombre herido, no se detienen y siguen adelante (vv. 31-32). Después pasa un samaritano, es decir un habitante de la Samaria, y como tal, despreciado por los judíos porque no observaba la verdadera religión. Y, en cambio él, precisamente él, cuando vio a aquel pobre desventurado, se conmovió. Se acercó y vendó sus heridas (…), lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo (vv. 33-34). Y al día siguiente, lo encomendó al dueño del albergue, pagó por él y dijo también habría pagado el resto (Cfr. v. 35).

Llegados a este punto Jesús se dirige al Doctor de la Ley y le pregunta: «¿Cuál de los tres –el sacerdote, el levita o el samaritano– te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?». Y aquel –porque era inteligente– responde naturalmente: El que tuvo compasión de él (vv. 36-37).

De este modo Jesús ha cambiado completamente la perspectiva inicial del Doctor de la Ley –¡y también la nuestra!–: no debo catalogar a los demás para decidir quién es mi prójimo y quién no lo es. Depende de mí ser o no ser prójimo –la decisión es mía–, depende de mí ser o no ser prójimo de la persona que encuentro y que tiene necesidad de ayuda, incluso si es extraña o incluso hostil.

Y Jesús concluye: «Ve, y procede tú de la misma manera» (v. 37). ¡Hermosa lección! Y lo repite a cada uno de nosotros: Ve, y procede tú de la misma manera, hazte prójimo del hermano y de la hermana que ves en dificultad. Ve, y procede tú de la misma manera. Hacer obras buenas, no decir sólo palabras que van al viento. Me viene en mente aquella canción: Parole, parole, parole. No. Hacer, hacer. Y mediante las obras buenas, que cumplimos con amor y con alegría hacia el prójimo, nuestra fe brota y da fruto. Preguntémonos –cada uno de nosotros responsa en su propio corazón– preguntémonos: ¿Nuestra fe es fecunda? ¿Nuestra fe produce obras buenas? ¿O es más bien estéril, y por tanto está más muerta que viva? ¿Me hago prójimo o simplemente paso de lado? ¿Soy de aquellos que seleccionan a la gente según su propio gusto?

Está bien hacernos estas preguntas y hacérnoslas frecuentemente, porque al final seremos juzgados sobre las obras de misericordia. El Señor podrá decirnos: Pero tú, ¿te acuerdas aquella vez, por el camino de Jerusalén a Jericó? Aquel hombre medio muerto era yo. ¿Te acuerdas? Aquel niño hambriento era yo. ¿Te acuerdas? Aquel emigrante que tantos quieren echar era yo. Aquellos abuelos solos, abandonados en las casas para ancianos, era yo. Aquel enfermo solo en el hospital, al que nadie va a saludar, era yo.

Que la Virgen María nos ayude a caminar por la vía del amor, amor generoso hacia los demás, la vía del buen samaritano. Que nos ayude a vivir el mandamiento principal que Cristo nos ha dejado. Este es el camino para entrar en la vida eterna.