Me encontré con Luis casi por casualidad. Era una mañana llena de sol. Coincidimos dando un paseo cerca del frescor del plantío, al lado del río. Y casi por casualidad nos sentamos en el banco, a la sombra, y comenzamos a charlar. Fue curioso porque después de unas palabras de saludo, la conversación se hizo más que interesante. Con una confianza sorprendente me empezó a contar parte de su vida; una vida ajetreada, una vida poco fácil. Con una niñez difícil, la pérdida de sus padres y muchos días de dificultad. Un relato conmovedor.
Lo hacía de una forma serena. Me llamó la atención que no se recrease en la desgracia. Bien habría podido hacerlo, pues tenía más razones que muchos de los que a veces oímos cómo se quejan y lamentan. Luis no se regodeó nada en su desgracia. Y cuando digo nada, es nada.
Me dejó ver, dentro de él, un corazón agradecido. Me habló, con unos ojos que le brillaban, de unos frailes. «Me lo dieron todo», decía mientras se emocionaba un poco. «Sin ellos Dios sabe lo que hubiese sido mi vida», me dijo. Y fue relatando cómo le ayudaron a encontrar el sentido de su vida, las razones para esperar y para vivir… «Y todo desde la generosidad de quien no pide nada».
¡Qué alegría te da encontrarte con una persona llena de agradecimiento! Porque Luis no es tonto, no. Claro que descubre fallos en quienes le educaron, pero sabe comprender. Y descubre que, en medio de esos defectos que todos tenemos, fue mucho lo que le dieron. «¡Cada vez que los veo me brota la sonrisa!». «Sería capaz de besar la tierra que ellos pisan».
Ser agradecido en unos tiempos de críticas constantes a todo es algo que valorar; ser agradecidos en un tiempo en el que sobran tantos insultos en los medios de comunicación y políticos. La vida es otra cosa, me parece a mí. Pues en la vida de cada uno, en la del pueblo, la Iglesia y el mundo, para crecer, para avanzar, es necesario apoyarse en lo positivo de las personas, de la historia y del pueblo.
Gracias, Luis. Qué importante es ser agradecido.