¡Sembrad esperanza! - Alfa y Omega

¡Sembrad esperanza!

Alfa y Omega

«Por favor, no os dejéis robar la esperanza: ésa que nos da Jesús»: así decía el Papa Francisco, pocos días después de su elección, en su homilía del Domingo de Ramos, y ha sido como un alentador estribillo repetido, una y otra vez: el pasado 24 de julio, en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, donde pedía, además, al visitar el hospital San Francisco de Asís de la Providencia, que «no robemos la esperanza, más aún, hagámonos todos portadores de esperanza»; en la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, el 15 de agosto, dejando clara su decisiva importancia, tanto que, «si no hay esperanza, no somos cristianos. Por esto —añadía— me gusta decir: No os dejéis robar la esperanza. Que no os roben la esperanza»; y de un modo bien elocuente en su visita a la hoy asolada Cerdeña, el pasado septiembre: «A todos, a todos vosotros, a quienes tenéis trabajo y a quienes no tenéis trabajo, digo: ¡No os dejéis robar la esperanza! La esperanza nos lleva adelante». Pero dejó muy claro que «eso no es optimismo, es otra cosa»; es —como subrayó el Domingo de Ramos— la esperanza que nos da Jesús, es la gran esperanza, que preciosamente explicó Benedicto XVI en su encíclica Spe salvi, de 2007, a la que ya en la conferencia inaugural del XV Congreso Católicos y Vida Pública, el pasado viernes, hizo referencia don Manuel Pizarro, justamente para no confundirla con ese optimismo sin fundamento de tantas pequeñas esperanzas, que en seguida se esfuman, incapaces de llenar la vida.

«Quien no conoce a Dios —leemos en Spe salvi—, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida. La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo, hasta el total cumplimiento», pues sólo Él «abraza el universo y nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar». Y el mismo Papa lo volvió a subrayar al convocar este Año de la fe que coronará, el próximo domingo, su sucesor. En la Carta Porta fidei, Benedicto XVI dice con toda claridad que «el hombre que se olvida de Dios se queda sin esperanza» y, en consecuencia, «es incapaz de amar a su semejante», incapaz de construir un mundo verdaderamente humano, lo cual significa, como añade con toda razón el Papa, que es «la salvación de la Humanidad y la salvación de cada uno de nosotros» lo que «está en juego». No es irrelevante, desde luego, que el Congreso Católicos y Vida Pública de este año 2013, en este momento de España, haya fijado la atención en la única esperanza que salva la vida: Ésa que nos da Jesús, que está en las raíces de nuestro pueblo, e hizo grande nuestra historia.

En la visita de Benedicto XVI a Santiago de Compostela y Barcelona, en noviembre de 2010, durante la rueda de prensa en el vuelo a Compostela, a la pregunta acerca de la necesidad de una nueva evangelización, tras recordar que, «en Occidente, todos los grandes países tienen su propio modo de vivir este problema», resaltó que «esto vale de manera fuerte para España», porque —explicó— «España ha sido siempre un país originario de la fe; pensemos que el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió sobre todo gracias a España. Figuras como san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Ávila y san Juan de Ávila, son figuras que han renovado el catolicismo y conformado la fisonomía del catolicismo moderno». Y con toda lealtad dibujó esa situación actual de nuestro país que se ha tenido bien en cuenta en el Congreso del pasado fin de semana, justamente para no dejarnos robar la esperanza, la verdadera única esperanza:

«Es verdad que en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un laicismo fuerte y agresivo, como lo vimos precisamente en los años treinta, y esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza hoy nuevamente en España».

Y el cardenal Rouco, este lunes, en el discurso inaugural de la Asamblea Plenaria del episcopado español, mostraba también la preocupación por «que la unión fraterna entre todos los ciudadanos de las distintas comunidades y territorios de España, con muchos siglos de historia común, pudiera llegar a romperse». Esa historia común no es otra que la de la gran esperanza de la fe cristiana, esa fe que, lejos de romper, une y salva, la fe que recibimos en la familia —don Manuel Pizarro, en la conferencia inaugural del congreso no dudó en afirmar que «el primer pilar de la esperanza son las familias cristianas»—, y que crece y se fortalece en familia. Lo afirmó el Papa Francisco, en su visita a Cerdeña, tras proclamar una vez más: ¡No os dejéis robar la esperanza!, exhortando a luchar «todos juntos para que en el centro esté el hombre y la mujer, la familia, todos nosotros, para que la esperanza pueda ir adelante», y crezca y se expanda a toda la nación y al mundo entero, de modo «que no os roben la esperanza. Al contrario: ¡sembrad esperanza!».