Así celebraron la Semana Santa en Madrid los ucranianos católicos de rito bizantino - Alfa y Omega

Así celebraron la Semana Santa en Madrid los ucranianos católicos de rito bizantino

Vivieron los días centrales de la fe cristiana en la parroquia Nuestra Señora del Buen Suceso, unidos en tradiciones y corazón a un país todavía en guerra

Begoña Aragoneses
Fieles ante el sepulcro y la sábana santa. Foto: Begoña Aragoneses.

Hay un silencio matutino en el gran salón parroquial bajo el templo de Nuestra Señora del Buen Suceso, solo roto por los cadenciosos cánticos del rezo de vísperas. Es el viernes 14 de abril y la comunidad ucraniana católica de rito bizantino celebra su Viernes Santo. Ese día se produce uno de los actos litúrgicos más trascendentes: la adoración de la sábana santa que, como explica Ivan Lypka, el capellán de la comunidad, es la forma de adorar al mismo Jesús. Él ya ha muerto y su cuerpo está sepultado, pero se ha quedado ahí. La sábana, realizada en Ucrania, es una tela aterciopelada roja bellamente bordada en la que se representa a Jesús muerto en manos de su Madre y, junto a ellos, María Magdalena, san Juan, José de Arimatea y el cireneo. Cerca de un centenar de personas se han dado cita para la oración, que son vísperas porque han de coincidir lo más posible con la hora de la muerte de Jesucristo, aunque se recen por la mañana para facilitar la afluencia de los fieles. Son parte de la comunidad de ucranianos católicos, unos 2.000 en Madrid, los cifra el sacerdote. Hay mucha solemnidad en la oración e, igualmente, mucho recogimiento en los participantes, pero a la vez se respira cercanía y ambiente de familia. «La Semana Santa es una fiesta familiar», corrobora el capellán.

Elena y María muestran los bordados y las pascuas de las cestas. Foto: Begoña Aragoneses.

Ayuda a entrar en la liturgia no solo la salmodia, también el uso del incensario con campanillas y las entradas y salidas del sacerdote tras el biombo típico del rito oriental, adornado con iconos y en el que hay tres puertas: dos laterales, las diaconales y una central, la real, que es la que corresponde al ministro. En esta ocasión, usa las otras porque la central es la que da acceso al monumento, la estructura que durante toda la noche han estado montando para albergar el sepulcro del Señor. Se trata de un templete de madera pintado de blanco, con un velo que lo cubre y que representa al Espíritu Santo. En él, situado a nivel de suelo, se encuentra una talla de Cristo ya fallecido en una urna. En la repisa superior, vacía durante la mayor parte de la liturgia, se colocará la sábana santa. Es este el momento culminante de la ceremonia. Cuatro hombres la llevan en procesión mientras los fieles la reciben arrodillados. El sacerdote protege la tela con un cristal y coloca el Evangelio encima, porque Jesús en griego es logos, palabra. Comienza entonces la adoración, que se prolonga hasta el Sábado Santo —celebrado el pasado 15 de abril—, con turnos de vela para que nunca esté sola. De rodillas, los fieles se van acercando, se inclinan tres veces ante el sepulcro y después besan la sábana en los lugares donde Jesús tiene las heridas.

A las 21:00 horas de ese sábado —Santo— se realiza una pequeña celebración a modo de funeral: se quita el sepulcro y la sábana santa se lleva encima del altar, donde permanece 40 días, hasta la Ascensión. «Se adora al Señor en la forma eucarística y, después, en el sagrario».

Bendición de las cestas

El Sábado Santo es también el día de la bendición de las cestas, una tradición que, junto a los ritos litúrgicos comunes en todo el mundo, les acerca a los suyos en Ucrania, que vive su segunda Semana Santa en guerra. Las cestas —con asa, de mimbre, cubiertas con un paño bordado a punto de cruz con motivos religiosos— incluyen los alimentos que el Domingo de Resurrección desayunan tras la Eucaristía, programada a las 7:00 horas. Muchos llevan en ayunas desde el Jueves Santo. Son productos que derivan de aquellos que los judíos y el mismo Jesús comían en la Pascua. Queso, huevos, embutidos —«en Ucrania no hay tradición de cordero», matiza el capellán—, junto a un bollo similar al panetone que llaman pascua. Elena y María, dos feligresas ucranianas, lo venden a la entrada. Otros años han pedido la voluntad, pero este, con la guerra, llevan un precio fijo. «Todo lo mandaremos allí», resumen con tristeza.