Se corrige a quien se ama - Alfa y Omega

Se corrige a quien se ama

Viernes de la 33 semana del tiempo ordinario / Lucas 19, 45-48

Carlos Pérez Laporta
Jesús expulsa a los mercaderes del templo. Jean Jouvenet. Foto: Gloumouth1.

Evangelio: Lucas 19, 45-48

En aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles:

«Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”»

Todos los días enseñaba en el templo.

Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él escuchándolo.

Comentario

«Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: ‘Mi casa será casa de oración’; pero vosotros la habéis hecho una ‘cueva de bandidos'»». Son palabras duras las de Jesús. Por eso algunos deseaban matarlo a escucharlas.

Pero atendamos a la voz del ángel del Apocalipsis, porque apunta en en todas las palabras de Jesús a algo escondido . Si seguimos la guía del ángel, quizá la dureza de Jesús desvele algo más hondo. Porque Jesús nunca es reactivo; Él siempre revela a Dios. Por tanto, esas palabras son también Evangelio. Así, el mandato del ángel sirve como indicación para todas escrituras: «Toma y devóralo —dice el ángel—; te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel». Si esperamos a entender la Palabra de Dios para alimentarnos de ella, o solo nos acercamos a aquellas que instintivamente nos plazcan más, nos perderemos todo su sabor. Es preciso tomarlas, devorarlas, dejar que su dureza pase por nuestro paladar, para que la dulzura escondida en ellas manifieste todo su alcance y hondura. Porque en toda corrección de Cristo, por recia que nos pueda parecer, se expresa una atención infinita por nuestra alma. Solo se corrige a quien se ama, y eso prueba que a Dios no le somos indiferentes.

Si dejamos que su acusación saque a la luz nuestros mercadeos interiores, nuestras miserias morales, nuestros dejes espirituales, podrá reinar en nuestro templo la presencia de Dios. Si nos dejamos corregir por la reciedumbre de Dios, la dulzura de su presencia inundará cada recoveco de nuestro corazón.