Santo Cristo, de san Rafael Arnáiz Barón - Alfa y Omega

Santo Cristo, de san Rafael Arnáiz Barón

Fray Damián Yáñez llevaba un año de noviciado en la Trapa de San Isidro de Dueñas cuando ingresó san Rafael Arnáiz, en 1934. La artística es una faceta poco conocida de este santo, que fue uno de los Patronos de la última Jornada Mundial de la Juventud. Poco antes de morir, tras haberle pedido a Cristo una muerte en completa soledad y abandono, san Rafael dejó este impresionante cuadro de la crucifixión del Señor

Damián Yáñez Neir

En estos días santos, dedicados a la rememorar la Sagrada Pasión del Divino Redentor, quiero ofrecer una obra pictórica de fray María Rafael Arnáiz Barón, monje santo de la abadía cisterciense de San Isidro de Dueñas (Palencia), cuya celebridad despierta cada día mayor interés en el mundo entero, debido al mensaje sublime de espiritualidad que dejó escrito, a pesar de que nunca cursó estudios teológicos ni bíblicos, por haberlo presenciado quien esto escribe, los cuatro meses de noviciado que vivimos juntos en la citada abadía.

Es la obra más lograda que salió de su pincel meses antes de fallecer, el 26 de abril de 1938. Los que conocen su vida saben que ingresó hasta cuatro veces en la Trapa, pero una diabetes sacarina le obligaba a salir al mundo para recuperarse, porque en el monasterio no había medios para hacerlo. Poco antes de ingresar la última vez, le pidió su tío Álvaro Barón que le pintara algo para dejarle como recuerdo. Rafael accedió a ello, y, antes de despedirse, le entregó este Cristo crucificado, al tiempo de volver por última vez a la Trapa donde fallecería en breve.

Al hacerlo, me contó el propio don Álvaro que se echó en sus brazos, sollozando. Se extrañó mucho de ello, porque nunca le había visto llorar. Se volvió hacia él, diciéndole: «¡Con no volver a la Trapa, está todo arreglado!» Tras una breve pausa, desplegó sus labios, para contestarle: «¡No me comprendes!» Realmente no comprendía los planes de Dios sobre Rafael. Se marchaba a la Trapa por cuarta vez, y a los pocos meses moría como le había pedido a Cristo, en completa soledad y abandono, estando ausente la comunidad.

Este joven, con sólo veinte meses con hábito monástico, conquistó las más elevadas cumbres de la santidad, y se halla en el catálogo de los santos desde el 11 de octubre de 2009.

Pequeñez de la criatura ante la grandeza de Dios

El profesor don Antonio Cobos Soto describe así este cuadro de Cristo crucificado, en La Pintura Mensaje del Hermano Rafael (editorial Monte Carmelo):

La Orden cisterciense de la Estrecha Observancia estima –y con razón– que este Cristo crucificado es una de las obras más logradas del hermano Rafael, por el impresionante simbolismo que entraña el contraste entre la grandeza de Dios y la pequeñez de la criatura, conseguido mediante el gigantismo de la figura de Cristo y la microscópica pequeñez del monje arrodillado a su pies –el propio artista–.

Partiendo de esta altura simbológica, cabe afirmar, no obstante, que tienen mayor envergadura sus valores estrictamente artísticos. La composición simétrica de esta obra que tiene como eje la figura de Cristo en la Cruz, se asienta en la firmeza de un dibujo realista riguroso a la antigua usanza española.

Y además son perceptibles en ella muchas justezas, lo mismo en el tratamiento de las carnaciones del Mártir del Gólgota que en las valoraciones volumétricas de sus formas (…).

Es indudable que el hermano Rafael soñó con una muerte de Cristo serena y sin distorsiones corporales. Diríase que se agolparon en su mente recuerdos velazqueños del Museo del Prado, pero no nos referimos al famoso Cristo que inspiró los sentidos versos de Gabriel y Galán, sino al otro, también de Velázquez y que atesora asimismo el Prado, y que es conocido como el Cristo de las Bernardas: un hermosísimo Cristo expirante en el que se inspiró Antonio Rafael Mengs para pintar el Cristo que guarda el Palacio real de Aranjuez.

Sería muy difícil el poder calibrar la trascendencia que pudo alcanzar esta composición de haberla realizado el Hermano Rafael al óleo y en gran formato, y poniendo en el empeño la misma recreación, donosura y maestría técnicas que fue capaz de poner al pintar el interior de la iglesia de Villasandino (Burgos).

Que la contemplación de esta obra del gran santo de la Iglesia actual, nos ayude a todos en estos días, y siempre, a profundizar en los grandes misterios de nuestra religión, y a cumplir el mensaje luminoso suyo con que corona su obra escrita, que dice: «¡Sólo Jesús llena el corazón y el alma!».