Sal de la tierra y luz del mundo - Alfa y Omega

Sal de la tierra y luz del mundo

Domingo de la 5ª semana del tiempo ordinario / Mateo 5, 13-16

Juan Antonio Ruiz Rodrigo
Cristo predicando de Richard Parkes Bonington.

Evangelio: Mateo 5, 13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo».

Comentario

El Evangelio del domingo V de tiempo ordinario es la continuación del sermón de la montaña. Este pasaje de la «luz» y de la «sal» aparece en Lucas y en Marcos en distintos contextos. Pero Mateo ha introducido estas frases justamente a continuación del sermón del monte, como un puente entre las bienaventuranzas y lo que a partir de aquí se irá narrando y dibujando como la vida cristiana. Este es el puente: han escuchado su manera de ser, su estilo, han oído las bienaventuranzas. Ahora les dirá cómo tienen que actuar en la vida. Pero a ellos les toca ser sus mediadores, sus testigos.

Así, en esta página evangélica se continúan las bienaventuranzas. Ahora Jesús se dirige a los discípulos a los que supone bienaventurados. Han estado cerca de Él, lo han seguido. Están entrando en el camino de las bienaventuranzas. Jesús los considera sal de la tierra y luz del mundo. Son sal y luz no porque estén en plenitud humana, no porque estén viviendo un optimismo vital desaforado. Son luz y sal porque son discípulos del Señor, porque Él es la luz.

La invitación del profeta Isaías en la primera lectura era que el culto fuera acompañado de justicia, de amor, de interés por el hermano. Pero en el Evangelio esa caridad y atención al prójimo adquieren un significado mucho más profundo. Este domingo tenemos que reflexionar en este sentido. Estas convierten al creyente en testigo de la luz, en luz, en testimonio. No se trata únicamente de llenar de contenido, de entrega personal, el culto, sino que haciendo eso se trata de que en una época de egoísmo y de angustia el amor eficaz de los cristianos puede y debe abrir una senda, una vía: debe iluminar un momento tan tenebroso y oscuro como el que vivimos y podemos vivir todavía en mayor dimensión.

Las dos imágenes utilizadas en el Evangelio van en esta dirección. La sal, hoy tan industrializada, vendida en pequeñas cantidades y a bajo precio, era muy valiosa en la antigüedad, porque sin sal no se podían conservar los alimentos. Era la posibilidad de que determinados productos pudieran ir más allá del consumo inmediato. Sal frente a corrupción. Cuando en un época la pobreza y miseria se hacen más comunes cada uno defiende su propiedad, sus derechos, a toda costa y el egoísmo y la cerrazón se imponen. De ahí que en estas épocas la corrupción alcance mayores niveles que en otros periodos de la historia. Muchos sectores de la sociedad, sobre todo los que tienen poder, los que pueden proteger, los que tienen que marcar caminos, leyes, sentencias… son tentados de corrupción. Y frente a muchos que mantienen una honradez ejemplar, no pocos se rinden en mayor o menor medida a esa corrupción.

El pasaje afirma: «Vosotros sois la sal de la tierra; si la sal se vuelve sosa», si perdemos ese amor que nos empuja a ser justos y a perseguir la justicia, ¿para qué servir?, ¿qué sentido tendría la vida? A continuación, sigue afirmando: «Vosotros sois la luz del mundo». En la oscuridad y en las tinieblas no se percibe el rostro del otro, no se le ve. En la noche nos cruzamos con bultos, con sombras. No nos reconocemos como personas. Sin luz no se ven los ojos del otro, no se contempla su rostro, no se ve a la persona.

Seamos la luz del mundo, no nos ocultemos «debajo del celemín». Con serenidad, con hondura, con piedad, con caridad, hay que mostrar el rostro de Dios. Y una de las formas imprescindibles para hacer visible este rostro es vivir una conducta de caridad y de justicia. Cuando partimos el pan con el hambriento, cuando vestimos al desnudo, cuando nos interesamos de corazón por nuestro prójimo, y dejamos privilegios con tal de apoyar y ayudar a otros que lo necesitan, estamos siendo luz del mundo, estamos favoreciendo la paz más que cuando salimos a la calle en las jornadas nacionales o internacionales por la paz. Estamos creando paz, estamos eliminando la violencia.

No ocultemos la luz, no permitamos que el egoísmo nuble nuestra vista e impida que la luz del Señor salga fuera de nosotros. Sal para salar, para evitar la corrupción, para introducir niveles de honradez mayor sin los cuales las leyes son inútiles. Luz para iluminar, para ver el horizonte y salir de las pesadillas de la noche. Cuando hemos pasado una noche intranquila, nerviosa, febril, desasosegada y empieza a amanecer y a entrar la luz por la ventana, ¡qué descanso! Seamos luz del mundo, no ocultemos esta claridad de la esperanza.