Rouco: «Necesitamos un gran anunciador de Cristo»
El cardenal arzobispo emérito de Madrid, Antonio María Rouco Varela, considera que la primera y la última encíclica de Francisco, sobre la luz de la fe y sobre el corazón de Cristo respectivamente, «son claves para entenderle»
¿Cuántos Papas ha visto y por cuántos papados ha pasado?
El primer Papa que yo he conocido en mi niñez y juventud hasta mi ordenación sacerdotal fue Pío XII. Luego ya cuando me ordené de presbítero, en el año 59, era Papa san Juan XXIII. Luego san Pablo VI, que fue el que me nombró obispo. También conocí a Juan Pablo I. Vine a Roma de casualidad y participé en la Misa de inauguración de su pontificado y en la primera audiencia. Tengo fotos en casa con él. Y luego san Juan Pablo II mucho: fue el que me nombró arzobispo de Santiago y arzobispo de Madrid. A Benedicto XVI le conocía de antes, teníamos una honda amistad.
A Francisco también lo conocí antes de ser nombrado Papa. Tenía una cierta amistad, aunque no tan intensa como con Benedicto. Estuve en Buenos Aires con él en la semana Pascua de 2006. En la Universidad Católica de Buenos Aires fui invitado a dar una conferencia sobre Relaciones Iglesia y Estado en la Unión Europea. Me fue a buscar al aeropuerto en un extraordinario gesto de finura fraterna. Me invitó también a presidir una Eucaristía en la catedral de Buenos Aires para «los gallegos» de la capital. En Buenos Aires todos los «españoles» son «gallegos». Luego ya de Papa he ido a verle todos los años, salvo el de la pandemia. Cada año tenía una audiencia con él. La última fue el primero de julio del año pasado. Lo encontré ya muy mal. Y me preguntaba, «¿pero cómo va a ir a Asia en septiembre?» Pero fue, aunque yo creía que ya no estaba para eso. Parecía evidente. Le costaba respirar.
¿Cuáles diría que han sido los acentos más marcados del pontificado de Francisco?
Hay que señalar, por supuesto, los acentos relacionados con la sociedad, con los problemas sociales, desde la pobreza hasta la emigración. Pero hay que fijarse sobre todo en lo que él enseñó desde la verdad y la experiencia más honda de la fe. En este sentido, creo que su primera encíclica y la última son claves para entenderle. La primera, Lumen Fidei (La luz de la fe), se cita poco. La comenzó, es cierto, Benedicto, pero es una encíclica de Francisco. La última, Dilexit nos, sobre el corazón de Jesús, es también fundamental. De hecho, en ella dice que todo su magisterio hay que interpretarlo a la luz de Dilexit nos.
¿Cómo ve el mundo que le espera al nuevo Papa?
El clásico problema de la sociedad de clases, por ejemplo, la clase obrera explotada, creo que ha cedido mucho a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. La influencia de la Doctrina Social de la Iglesia fue decisiva. La doctrina desarrollada progresivamente en el magisterio de Pío XI, Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI constituyeron el hilo conductor de esa renovada doctrina social a la que da inicio el magisterio de León XIII. Los partidos políticos ya no hablan de lucha de clases. Ahora se habla del problema de la identidad, de la emigración, de la atención a determinados sectores de la sociedad —los ancianos de una manera muy especial—. En fin, las tensiones son de otro estilo. Pero hay que decir que muy profundas, porque afectan al mismo ser de la persona y, por lo tanto, al mismo ser evidente de la sociedad. En los tiempos clásicos de la Doctrina Social de la Iglesia, y de la vieja teología, había una tesis que decía que la familia es la célula primera de la sociedad, y también de la Iglesia. Pues si esa célula primaria de la sociedad entra en crisis, entra en crisis la sociedad entera y a la Iglesia le cuesta muchísimo transmitir el Evangelio y educar en cristiano a las nuevas generaciones. Al final, la familia es donde recibías el don de la fe y donde lo vivías en primer lugar. Claro, si entra en crisis la familia, entra en crisis la Iglesia. Por lo tanto, a la hora de hacer diagnósticos de las enfermedades y de las patologías sociales o las patologías eclesiales, pues hay que ir a la raíz de fondo de esas crisis.
En este contexto, ¿qué perfil de Santo Padre necesitamos ahora?
Pues un gran anunciador del Evangelio, para que el no a Dios se vuelva un sí a Dios. Necesitamos un gran predicador de Cristo, un gran predicador del hombre que necesita salvación. Francisco acentuó muchísimo la palabra misericordia. Un Dios que ofrece perdón y gracia, y ofrece vida y camino de vida en santidad. Hace falta una Iglesia que lleve a los hombres al corazón de Cristo. Primero de forma personal y luego ya, esto, por sí mismo, tendrá su reflejo en la sociedad. Queriendo a Cristo, el chico y la chica que se casan se van a querer más. Queriendo a Cristo, la familia va a quererse más. Queriendo a Cristo, la sociedad y la Iglesia va a querer más a los pobres, a los presos, a los enfermos, a los necesitados, y sobre todo, a los pecadores, los necesitados del alma. A veces descuidamos la atención a personas, a gente joven, que tiene un problema de alma, pero que brutal.