El Papa ha sorprendido esta semana al nombrar, de forma temporal, a un prelado para el Instituto para las Obras de Religión (conocido como Banca vaticana), que ejercerá de enlace entre la Comisión de Cardenales y el Consejo de Superintendencia. Se trata de monseñor Battista Ricca, diplomático al servicio de la Secretaría de Estado y actualmente director de la Casa Santa Marta, donde reside el Santo Padre. El prelado, «ciertamente, tiene la confianza del Papa», dijo el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi, al anunciar el nombramiento, un claro signo de la intención del Pontífice de reformar el IOR.
De reformas ha hablado también el sustituto de la Secretaría de Estado, monseñor Angelo Becciu, en una nueva entrevista concedida a L’Osservatore Romano. «El Papa está decidido a cumplir» la reforma de la Curia, afirma. «Todos nosotros confiamos en que pueda comenzarla y estamos preparados para colaborar. No será de un día para otro —añade—. Él, mientras tanto, ha comenzado la obra reformadora con sus gestos, y nos ha implicado a todos en la elección de un estilo de vida sobrio, en un ejercicio de gobierno más colegial».
El propio Pontífice no ha tenido inconveniente en anunciar que la colegialidad es «un gran desafío» pendiente. «Tengo necesidad de sinodalidad», comentó, al encontrarse con los miembros del Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, con quienes se reunió para abordar el tema del próximo Sínodo. El Papa se refirió además a su próxima encíclica, y confirmó que será a cuatro manos, ya que va a completar la iniciada por Benedicto XVI sobre la fe. «Es un documento fuerte —avanzó—. El trabajo grande lo ha hecho él». Francisco quiere también que vea la luz durante el Año de la fe la exhortación post sinodal tras el Sínodo sobre Nueva Evangelización. «He escrito algo, y en agosto, que estaré más tranquilo y desde casa, podré seguir adelante».
Una Iglesia pobre
Se esperan importantes documentos y anuncios de reforma, y el Papa dio algunas indicaciones, la pasada semana, de por dónde pueden ir los cambios. El miércoles, durante la Misa matinal en la Casa de Santa Marta, habló de la relación de la Iglesia con el mundo, y señaló dos grandes tentaciones: el involucionismo y el «progresismo adolescente». Frente a la ley de Moisés, «la ley del Espíritu nos hace libres», explicó, pero «esta libertad nos da un poco de miedo», pensando que «es mejor ir a lo seguro»; «volver hacia atrás», o permanecer inmóviles, para eludir los riesgos. Pero también existe la tentación del progresismo adolescente», que nos incapacita para distanciarnos de la cultura dominante. «Tomamos de un lado o de otro, los valores de esta cultura… ¿Quieren hacer esta ley? Adelante con esta ley. ¿Quieren seguir adelante con lo otro? Al final, no es un verdadero progresismo».
La mañana anterior, el obispo de Roma se refirió al mandato de dar gratis lo que gratis hemos recibido, confiando en la Providencia. «San Pedro no tenía una cuenta bancaria, y cuando tuvo que pagar los impuestos, el Señor lo envió al mar a pescar un pez y encontrar la moneda dentro del pez, para pagar. Felipe, cuando encontró al ministro de economía de la reina Candace, no pensó: Ah, bien, hagamos una organización para sostener el Evangelio… ¡No! No hizo negocios con él: anunció, bautizó y se marchó».
«¿Y cuáles son los signos de cuando un apóstol vive esta gratuidad? Hay muchos, pero sólo les señalo dos: primero, la pobreza. El anuncio del Evangelio debe ir por el camino de la pobreza», signo de que nuestra verdadera riqueza es Dios. «Y esta pobreza nos salva de convertirnos en organizadores, empresarios… Las obras de la Iglesia se deben llevar adelante, y algunas son un poco complejas; pero con corazón de pobreza, no con corazón de inversión o de empresario, ¿no?». Y agregó: «La Iglesia no es una ONG: es otra cosa, más importante, y nace de esta gratuidad. Recibida y anunciada».
El segundo signo es «la capacidad de alabanza: cuando un apóstol no vive esta gratuidad, pierde la capacidad de alabar al Señor». Ambos signos están íntimamente relacionados, y «son señales del hecho de que un apóstol vive esta gratuidad: la pobreza es la capacidad de alabar al Señor. Cuando encontramos apóstoles que quieren hacer una Iglesia rica y una Iglesia sin la gratuidad de la alabanza, la Iglesia envejece, la Iglesia se convierte en una Organización No Gubernamental, la Iglesia no tiene vida».