Ir al teatro es como un rito necesario en mi semana. La emoción empieza al conocer el título de la obra. La intensidad aumenta cuando sé en qué sala se representa. Cada una tiene su magia, y es irrepetible. El culmen llega el día en que me encamino hacia ese lugar. El domingo pasado llovía a mares y refunfuñé para mis adentros alabando lo calentito de mi sofá. Pero abandoné el tedio, me puse en camino y empecé a fantasear sobre La Trastienda, una sala recientita, en pleno epicentro de La Latina. La sorpresa fue mayúscula al entrar a un salón, algo más grande que el de mi casa —créanme, eso no es difícil— cálido y hogareño, y compartido con una decena de personas como máximo.
Frente a mi estaba Luci, jugando divertida con unos bizcochos y un rico cacao con leche. No hizo falta que pasaran ni dos minutos para que me hiciera parte activa de ese salón. Yo estaba allí, era un elemento más de la escenografía, o quizá una amiga de Luci que iba a visitarla. Me sentí dentro del Retrato de familia. Una familia poco convencional, en la que los lazos de la lealtad, la amistad y el compromiso están por encima de la sangre. Una familia presentada por Teatro Atómico que no deja indiferente a nadie.
Luci (Susan Ríos) es una niña con sobrepeso que come sin parar y estudia Protocolo. Ha descubierto que su cuerpo ha cambiado, y que los chicos ya no le gustan sólo para hacerles rabiar o para jugar al salir de clase. Ella representa la alegría eterna de los que no quieren abandonar esa inocencia tan característica de la niñez, aunque por dentro se estén muriendo de pena. Luci esconde su drama, su terror, y los días y las circunstancias harán que, irremediablemente, termine aflorando.
Drama también esconde Víctor (Iván Rojas, coautor del guión), un transexual que no sale de casa y vive en pijama pero con pendientes y los ojos pintados. Víctor anhela la risa, la vida que tuvo, y que se le escapa por las manos. Él representa esa delgada línea entre quienes fuimos y lo que nunca llegaremos a ser. Pero, pegado a Luci, es como la llama encendida que da calor en medio de la tragedia. Víctor siempre está ahí, su presencia es arrulladora. Calma los nervios, ahoga el ansia. Es la calma de aquel que se sabe vivido.
Calma, la que provoca en Roberta (Carmen Gil), el alma de la casa. Trabajadora incansable y diabética, Roberta controla su azúcar y todo el caos que reina a su alrededor. Roberta es un poco todos nosotros. Es esa parte del ser humano que se empeña en aparentar dureza y frialdad para no sufrir, para no sentir. Pero que por dentro se deshace de necesidad. La verán partirse en dos.
Un último apunte, y no por ello menos importante. La familia se completa con Flauta (María Mendizábal) una perra que sueña con llegar a la luna –literal– y con mostrar que aquellas cosas que, a priori, parecen imposibles, no lo son. Un elemento cohesionador de esta peculiar familia.
No crean que van a sufrir. La obra está tan bien escrita que conjuga drama y risa como si toda la vida llevasen de la mano. Y no esperen grandilocuencia. El estar en el salón de casa es lo que tiene, que hasta los susurros se escuchan. Más verdad no puede haber en la escena, pequeña, intimista.
«En estos personajes hay mucho de cada uno de nosotros», cuenta la directora y coautora, Carmen Gil, Roberta. Fíjense como es evidente que la obra se escribió después de conocer a los personajes que iban a encarnarla. Están hechos a su medida. Son ellos.
Esta obra es un canto a la verdad del ser humano, a su fragilidad y a la vez a su coraje por salir adelante. Retrato de familia es una sucesión de tragedias, narradas desde la luz.
Déjense guiar por esta luz. Vayan a La Trastienda y conozcan un poco más al hombre, quizá también a ustedes mismos.
★★★★☆
La Trastienda Madrid
Calle Sierpe, 2
La Latina
OBRA FINALIZADA