Rerum novarum: sobre la cuestión social
El Papa Pecci rescató al catolicismo del aislamiento respecto al mundo intelectual y creó, con esta encíclica, una teología moral y social que mirara críticamente a la sociedad
En 1891, León XIII publicó la encíclica Rerum novarum. Tradicionalmente se sitúa en ella el nacimiento de la moderna doctrina social de la Iglesia. Sin embargo, no podemos entender correctamente la aportación de este gran Papa si nos fijamos únicamente en esta encíclica. De hecho, antes de afrontar la cuestión obrera, dedicó media docena de encíclicas a las cuestiones políticas que marcaron gran parte del siglo XIX. Hay que recordar que León XI sucedió al largo y difícil pontificado de Pío IX, caracterizado por un enfrentamiento entre el magisterio de la Iglesia y la modernidad que llevó a una condena en bloque de la misma, con el consiguiente aislamiento del catolicismo respecto al mundo intelectual. León XIII, al tiempo que fue fiel a la enseñanza moral del magisterio precedente y sin renunciar a la verdad sobre el bien, intentó establecer un diálogo con el mundo intelectual, social, económico y político, reconciliando el vínculo entre la razón y la fe, siguiendo el modo de pensar de santo Tomas de Aquino. La tradición teológica anterior había perdido la capacidad de mirar críticamente a la sociedad que se estaba formando. La moral de confesores, de decir simplemente «esto está bien, esto está mal, esto es pecado», ya no bastaba. Estábamos ante una nueva sociedad: industrialización, nuevas ideologías, nuevas configuraciones políticas y económicas. Faltaba una teología moral y social.
Por otro lado, lo que muestra su magisterio no es tanto la novedad de la enseñanza eclesial, sino la realidad de una Iglesia que intenta responder a los desafíos que presenta la nueva sociedad, con una nueva concepción de la política y de la economía, con el desarrollo de las revoluciones liberales y las ideologías socialista y comunista, con el capitalismo liberal, la industrialización, el conflicto entre el capital y el trabajo, etc. De modo más concreto, Rerum novarum afronta la cuestión social de su tiempo subrayando ante todo la dignidad del trabajador y, por tanto, del trabajo, que no puede ser reducido a simple mercancía. Y así, señala la necesidad de una justa remuneración más allá de la oferta y la demanda, que sea suficiente para sustento del obrero y su familia.
Frente a la solución socialista, que el Papa condena, afirma la encíclica el derecho a la propiedad privada, garantía de libertad, en el contexto del principio general del destino universal de los bienes. Este derecho implica la necesidad de promover el acceso de todos los trabajadores a una cierta propiedad, especialmente a través del justo salario. También, frente a concepciones liberales, reafirma el derecho de asociación de los trabajadores para defender sus justos derechos. Además, impulsa derechos laborales esenciales: la limitación de la jornada laboral, el derecho al descanso, la atención especial a las condiciones del trabajo para mujeres y niños, etc. Subraya también la importancia del papel del Estado, que ha de velar por el bien común, con una especial atención a los más vulnerables, con una intervención que no sea ilimitada —anticipando el principio de subsidiariedad frente a un Estado que ahoga la subjetividad de la sociedad— ni insuficiente; por lo que apoya el principio de solidaridad frente a un Estado mínimo.
Por el bien común
A través de su enseñanza social, el Papa León XIII rechaza una visión individualista de la persona, que olvida su necesaria vinculación a los demás y a la sociedad a través del bien común. Igualmente, rechaza una concepción colectivista que subordina el bien de la persona al bien de un todo social anónimo, indeterminado, ya sea al bien del Estado, al bien del partido o al bien de una clase social.
Por otra parte, la encíclica Rerum novarum supone el reconocimiento de que la justicia no se puede reducir simplemente a una virtud individual. Es necesario afrontar además la necesidad de un orden social justo, con leyes e instituciones justas. La dimensión personal de la justicia es prioritaria y, sin hombres justos, no se sostiene una sociedad. Pero la dimensión estructural también es necesaria.
Uno podría pensar que una encíclica sobre la cuestión social fechada en 1891 no tiene mucho que decirnos en nuestra época. Evidentemente, las circunstancias históricas, sociales, políticas y económicas han cambiado, pero las luces esenciales que ofrece permanecen vigentes: los principios de la dignidad de la persona humana; el bien común; el destino universal de los bienes; la subsidiariedad; la solidaridad; los valores de la justicia; la verdad, la libertad y la caridad… Todos ellos se encuentran de modo germinal en este texto y permanecen como una luz que nos permite mirar la realidad de un modo adecuado, para ordenar la misma según el querer de Dios y vivir nuestra vocación al amor, también en la vida social, como constructores responsables de la ciudad terrena en la esperanza del cielo.