De León XIII a León XIV
El primer Papa de Estados Unidos conoce la simpatía de su predecesor por su país. Sin embargo, su rechazo a un cristianismo nacionalista no ha perdido actualidad
Desde hace casi un siglo y medio ningún Papa había llevado el nombre de León. El Papa León XIII (1878-1903) está ligado, principalmente, a la doctrina social de la Iglesia, empezada con la encíclica Rerum novarum, respuesta a unos tiempos con esta situación: «La violencia de las revoluciones civiles ha dividido a las naciones en dos clases de ciudadanos, abriendo un inmenso abismo entre una y otra. En un lado, la clase poderosa, por rica, que monopoliza la producción y el comercio, aprovechando en su propia comodidad y beneficio toda la potencia productiva de las riquezas y goza de no poca influencia en la administración del Estado. En el otro, la multitud desamparada y débil, con el alma lacerada y dispuesta en todo momento al alboroto».
León XIV parece compartir la opinión de que en los tiempos de la cuarta revolución industrial, la de la inteligencia artificial, esta situación puede repetirse. En su discurso a los cardenales el pasado 10 de mayo habló de los desafíos que plantea la IA «para la defensa de la dignidad humana, la justicia y el trabajo». Lo estamos viendo en la acción de tecnoempresarios y de gobiernos que cuestionan una regulación ética de la IA en nombre de la competitividad y del progreso tecnológico. Posiblemente, León XIII les hubiera replicado con una cita del párrafo 18 de su encíclica, inspirada en la primera carta a Timoteo: «La raíz de todos los males es la codicia».
Por lo demás, el primer Papa estadounidense conoce la simpatía de León XIII por Estados Unidos. A finales del siglo XIX, este país llegó a ser conocido como «la tierra de la gran promesa», un destino al que llegaban gentes de toda Europa; particularmente irlandeses, italianos, polacos y alemanes, muchos de ellos católicos, en medio de una población mayoritariamente protestante. En 1895 el Pontífice dirigió a los obispos norteamericanos su carta Longinqua oceani, en la que hacía esta mención histórica: «Al mismo tiempo que el sufragio popular exaltaba a la suprema magistratura al gran Washington, la autoridad apostólica ponía al frente de la Iglesia americana al primer obispo. La amistad y trato familiar que, según consta, existió entre uno y otro, parece indicar la conveniencia de que esa federación de estados y la Iglesia católica estén unidas por la concordia y la amistad».
Era una alusión a John Carroll, primer obispo de Baltimore en 1790. León XIII también se mostraba satisfecho de la expansión de la Iglesia: «La situación floreciente del catolicismo ha de atribuirse, sin duda alguna, en primer lugar, a la virtud, habilidad y prudencia de los obispos del clero, y luego a la fe y a la generosidad de los católicos. Así, apoyándoos con todas vuestras fuerzas en cada uno de estos órdenes, habéis podido fundar innumerables instituciones piadosas y de utilidad: templos, escuelas para educar a los niños, centros de estudios superiores, asilos para recoger a los pobres, sanatorios, monasterios».
Sin embargo, en 1899, en la epístola Testem benevolentiae nostrae, el Pontífice salió al paso del llamado americanismo: «Si por este nombre se quiere significar el conjunto de dones espirituales que adornan a los pueblos de América, o si, además por este nombre se designa vuestra condición política y las leyes y costumbres por las cuales sois gobernados, no hay ninguna razón para que los rechacemos… Pero se suscita la sospecha de que hay entre vosotros quienes se forjan y desean en América una Iglesia distinta de la que existe en las demás regiones». El Papa rechazaba así cualquier cristianismo nacionalista y reafirmaba la unidad de la Iglesia católica.
El texto no ha perdido actualidad en los Estados Unidos, donde algunos católicos han asumido un nacionalismo casi religioso que entra en confrontación con la autoridad espiritual de la Iglesia. Del intento de reducir el catolicismo a una matriz política parecen hacerse eco estas palabras de León XIV en la homilía de su primera Misa papal: «Aún hoy existen contextos en los que Jesús, aunque apreciado como hombre, es reducido a una especie de líder carismático o superhombre, y esto no solo entre los no creyentes, sino también entre muchos bautizados que acaban viviendo, a este nivel, en un ateísmo de hecho».
Pero todo indica que no vamos a encontrar a un Papa combativo sino a alguien que tendrá que recordar verdades cristianas evidentes, como las de la escritora Kat Armas en el National Catholic Reporter: «Jesús nunca habla del amor como algo que se pueda racionar. Habla del amor como abundancia: una mesa en la que hay para todos».

En un primer momento se especuló que el cardenal Prevost hubiera elegido el nombre de León como expresión de continuidad con el papado de Francisco. Sería por referencia a fray León, confesor, secretario y enfermero de Francisco de Asís, que recibió y conservó la bendición escrita del santo. Se trataría entonces de una muestra de la sintonía y de la relación de humildad y servicio entre el Papa Francisco y el Papa León XIV.