Refugiados en Níger, alumnos en Europa
Italia activa con el apoyo de la Iglesia un canal de entrada regular, con visados de estudio, para menores refugiados no acompañados de entre 15 y 17 años. Turky es uno de los nueve chicos que lo han estrenado
No sabemos su nombre. Solo que tenía 14 años, que había nacido en Malí y que era un buen estudiante. Pensó que sus brillantes notas escolares le servirían para demostrar su valía cuando llegara a Europa. Las dobló con esmero y las cosió en un bolsillo de su chaqueta para que no se perdieran. Era el 18 de abril de 2015. Pero esa noche, la barcaza en la que viajaba se hundió frente a las costas de Libia tragándose para siempre su sueños y los de las otras 1.000 personas con las que viajaba. El artista italiano Marco Dambrosio, más conocido como Makkox, lo sacó del olvido y lo dibujó sentado en el fondo del mar junto a un pulpo y un pez que lo felicitan por sus méritos escolares: «Uau, todo dieces. Una perla rara». La viñeta se hizo viral y ahora es la tarjeta de presentación de Pagella in tasca (Notas en el bolsillo), un proyecto piloto —el primero del mundo— que demuestra que es posible abrir corredores humanitarios con un visado de estudio para menores refugiados no acompañados. Un grupo excluido de las vías regulares de llegada a Europa.
«Es mucho más complejo para ellos. Los adultos o las familias pueden ser acogidos fuera del sistema institucional, como los que llegan con corredores humanitarios, que se quedan en parroquias o en casas privadas. Pero los menores no acompañados solo pueden estar en centros autorizados y afrontan muchas trabas», asegura Elena Rozzi, responsable de inmigración de la organización humanitaria Intersos, que puso a andar este canal de entrada segura en 2021, en colaboración con ACNUR y gracias a los 400.000 euros desembolsados por la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), además de otros inversores.
Todos los jóvenes que estudian en Italia gracias a este programa piloto son sudaneses que han huido del horror de la guerra en Darfur. Fueron reconocidos como refugiados en Níger, donde vivían en un campamento, «lo que agiliza los trámites», asegura Rozzi. El principal criterio de selección son sus ganas de estudiar. Una vez en Italia son acogidos por una familia, circunstancia que facilita tanto la inclusión social como los buenos resultados académicos. «Es muy positivo que no pasen largos periodos en los centros de acogida institucionales», incide Rozzi, que no oculta otras dificultades, sobre todo burocráticas. «Tienen un permiso de residencia y están absolutamente protegidos, pero, por desgracia, los plazos son muy lentos. Los que llegaron en octubre del año pasado aún no tienen la documentación definitiva en sus manos», lamenta. Otro obstáculo es el idioma, porque entran en las familias sabiendo muy poco italiano y esto «puede causar malentendidos o dificultades» que son fácilmente superadas en los primeros meses.
Turky es uno de los nueve chicos que, de momento, se ven beneficiados por este proyecto. En total serán 35. En la foto sonríe con ganas ante la tarta que le preparó la familia que lo acogió el pasado 5 de noviembre. «Es un joven con una fuerza descomunal. Es autodidacta. Cuando se enteró de que iba a venir a Italia, empezó por su cuenta a aprender algo de italiano básico, gracias a vídeos de YouTube», explica su madre italiana, Monica Armetta. Turky huyó con su madre a Libia después de que los rebeldes de las milicias yanyauid, que desde hace 20 años combaten contra el Gobierno de Jartum, atacaran su aldea. «En Libia los encarcelaron por separado porque eran migrantes ilegales. Sabemos que ha sufrido torturas, pero nunca ha querido hablar de esa traumática experiencia. Es como si la hubiera borrado», recalca Armetta. Al final consiguió huir de aquel infierno, pero el precio que paga es no haber vuelto a ver a su madre. Tras pasar por Argelia —donde fue acogido por un sudanés junto con otros chicos que habían escapado— fue deportado al campo de refugiados de Níger, desde donde fue traído a Italia. Su historia constituye un poso de luz en la tragedia de la migración. Solo el año pasado más de 1.400 inmigrantes murieron tratando de cruzar el mar Mediterráneo, según la ONU. Una cifra que escuece, sobre todo, en el horizonte de la nueva política migratoria, bautizada por las organizaciones humanitarias como «puertos lejanos» en lugar de «puertos cerrados».
La estrategia de Meloni
Si en un principio la estrategia del Gobierno de Giorgia Meloni fue aplicar desembarcos selectivos que solo dejaban pisar tierra a los migrantes considerados vulnerables, ahora acaba de entrar en vigor un nuevo decreto gubernamental que complica bastante los rescates. En la práctica, fuerza a las ONG —únicos testigos de lo que ocurre en lo que el Papa llama el «cementerio de la vergüenza»— a poner rumbo a puertos muy alejados y, por lo tanto, a estar apartadas durante días de las zonas de salvamento. Además, les prohíbe efectuar más de un salvamento antes de llegar al puerto asignado bajo pena de multa de hasta 50.000 euros y del secuestro del barco.
La Iglesia italiana fue una de las primeras en sumarse a las críticas que pedían que se retirara este decreto de inmediato al considerar que no cumple los convenios internacionales de rescate marítimo. En concreto, los puntos más problemáticos son los que obligan a pedir el desembarco inmediatamente después de un rescate y la asignación, por parte de Italia, de estos puertos tan alejados del área de salvamento del Mediterráneo central. Gian Carlo Perego, arzobispo de Ferrara-Comacchio, presidente de la Fundación Migrantes y de la Comisión para las Migraciones de la Conferencia Episcopal Italiana, denuncia que «no hay ni una palabra en el decreto llamado de seguridad que hable de la seguridad de las personas que están en peligro y que huyen de países con grandes crisis internacionales, como la guerra o el cambio climático».
Las misiones de salvamento lideradas a nivel europeo en el Mediterráneo fueron desmanteladas en 2015 y ahora las únicas que se preocupan por salvar vidas son las ONG. Por eso es tan peligroso limitar sus operaciones: «Están restringiendo los rescates y me hubiera esperado un compromiso italiano y europeo con barcos propios para salvar a todas las personas que siguen huyendo de situaciones desesperadas. Nada de esto se vislumbra en el horizonte; al contrario, las sanciones y multas van a servir solo de advertencia para las organizaciones humanitarias», expone sin fisuras el arzobispo Perego.
Por su parte, el Consejo de Europa, institución de referencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, acaba de dar un importante tirón de orejas a Italia ante esta nueva regulación migratoria, cuyos efectos considera «intimidatorios». Así lo advirtieron al Gobierno de Meloni, al que pidieron que se paralice urgentemente el decreto hasta que «se tomen las medidas adecuadas para garantizar que no se pone en peligro la vida de los migrantes» en los rescates.