Rechazados en la frontera, refugiados en España
La mayoría de los que intentaron entrar en Melilla son sudaneses, con perfil de protección. España acepta el 90 % de las peticiones de este país
Pongamos que se llama Khalid, que tiene 20 años y es natural de Sudán. Que dejó el país huyendo de los conflictos y de la hambruna para embarcarse desde Libia hasta Europa. Que llegó a este país, pero no consiguió reunir el dinero para pagar un pasaje. Que fue secuestrado, extorsionada su familia, que sufrió esclavitud, y tuvo que cambiar de plan: tomar la ruta hasta Marruecos e intentar saltar la valla, la opción más económica, la de los más pobres. Esta historia —elaborada con la experiencia de los propios chicos que llegan a España— podría ser la de uno de los 133 migrantes que consiguieron entrar en Melilla el viernes, la de uno los casi 1.300 que no lo hicieron y ahora están detenidos o se esconden en las inmediaciones de Nador, o la de uno de los cerca de 40 muertos que dejaron su último aliento —23 según las autoridades— a un paso del sueño europeo y tras una discutible gestión de la frontera.
Quizás por eso, mientras el Gobierno, por boca del presidente, alababa la actuación de las Fuerzas de Seguridad marroquíes —muy criticada por las organizaciones sociales—, y se focalizaba en la violencia ejercida contra los migrantes y en que había que luchar contra las mafias, los obispos de la Subcomisión Episcopal para las Migraciones y la Movilidad Humana pedían «considerar la situación crítica y de miseria en la que se encuentran miles de migrantes subsaharianos al otro lado de la frontera». «No son invasores, son seres humanos que buscan llegar a Europa huyendo de guerras activas y hambrunas», añadían. Como nuestro hipotético Khalid.
La paradoja, como explica el coordinador del área de Frontera Sur del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), Josep Buades, la encontramos en que se desplieguen grandes dispositivos para impedir la entrada en nuestro país a personas que a las que luego otorgamos protección internacional. De hecho, dos abogados del SJM que se encuentran en Melilla —asumieron la asistencia letrada de algunos chicos— han podido comprobar cómo se han paralizado los expedientes de devolución a los migrantes que cruzaron y que han mostrado su voluntad de solicitar asilo, la gran mayoría sudaneses. Cabe recordar, en este contexto, que la tasa de reconocimiento de protección a nacionales de este país superó en 2021 el 90 %, mientras que en lo que llevamos de año sobrepasa el
85 %. A pesar de que es una buena noticia que se vayan a atender la solicitudes, Buades ve con preocupación que estén encerrados en el CETI con la excusa de pasar la cuarentena.
A Fernando Moreno Amador, diácono permanente y colaborador de Geum Dodou, que apoya a los migrantes en la ciudad autónoma, no se le quita de la cabeza la imagen de los chicos que consiguieron entrar. Apenas eran una muestra del horror de la frontera. «Venían muy agotados físicamente, destrozados, ensangrentados y cojeando, con los dedos de los pies desagarrados. No podían respirar ni tenían capacidad para hablar. Estaban contentos por salvar la vida, pero con mucho estrés emocional por todo lo vivido», narra para Alfa y Omega. No hay que olvidar, explica Josep Buades, que muchos llevaban tiempo sin comer ni beber, cansados y aturdidos por el gas de la Policía.
Moreno añade con amargura que lo más probable es que no se sepa nunca cuántas personas fallecieron ni se pueda reconocer a las víctimas. «No tendrán ni el consuelo de que pongan el nombre a la tumba. Esto es consecuencia de intereses políticos y económicos que se ponen por encima de la persona», explica, antes de pedir que se depuren responsabilidades. Cómo él lo han hecho numerosas entidades de Iglesia, desde la CEE, la CONFER, el SJM, la archidiócesis de Madrid o la COMECE. Todos reclaman «vías legales y seguras».
En el otro lado de la frontera, en Nador, la Iglesia se afana por atender a los migrantes que se acercan a sus recursos, aunque, según reconoce Álvar Sánchez, de la Delegación de Migraciones, son pocos. Todavía tienen miedo. «Estamos en estado de shock, pero disponibles para ser compañía y consuelo, y para alzar la voz en favor de la hospitalidad», afirma.