Recetas para una mejor salud mental en Europa - Alfa y Omega

La salud mental, cuyo día se celebra el 10 de octubre, se ha convertido en uno de los grandes retos de los últimos años. La soledad, fruto de la pandemia, ha roto unas cadenas que durante mucho tiempo han permanecido ocultas en la sociedad. Esto nos ha permitido entender cómo a lo largo de la historia hemos escondido aquellos comportamientos que se salían de las conductas preestablecidas. Hoy empezamos a superar esos estigmas y le damos visibilidad a la salud mental, conscientes de la ayuda que necesita aquel que libra esa batalla interna en soledad y que está fuera del alcance del resto.  

La salud mental es un desafío social y sería un error asociarlo exclusivamente con casos de depresión mayor, esquizofrenia o trastorno bipolar, entre otras patologías. Varios estudios arrojan que incluso aquellos grupos considerados menos vulnerables a problemas de salud mental están hoy en riesgo. Todos los indicadores reflejan que la crisis financiera, la COVID-19, la guerra de Ucrania, el cambio climático, el uso de pantallas entre los más jóvenes o la soledad han disparado los casos de personas en todo el mundo que necesitan ayuda relacionada con la salud mental. Solo por aportar un dato: antes de la pandemia, uno de cada seis europeos había experimentado algún tipo de trastorno en los últimos doce meses; en 2023, según el Eurobarómetro, este número ascendía al 46 % , casi uno de cada dos.

Nueve millones de adolescentes padecen algún tipo de enfermedad mental. De ellos, el 70 % no recibe a tiempo la asistencia necesaria. Y esto nos lleva a un dato que, no por muy repetido, deja de ser terrible: el suicidio es la primera causa de muerte de los jóvenes europeos entre 15 y 29 años (18,9 % en 2021). 

¿Qué provoca que los casos se disparen? ¿Qué está fallando en una sociedad donde aparentemente tenemos todo a nuestro alcance? Sin ánimo de infravalorar el estado de bienestar, creo importante analizar con profundidad la contradicción que supone la calidad de vida que nos traslada la sociedad —muchas veces camuflada en lo que proyectamos en las redes— con esa curva cada vez más pronunciada que nos lleva a todos estos casos relacionados con la salud mental.

La respuesta de la Comisión Europea, en su Action on Mental Health (Acción sobre Salud Mental) se basa en tres pilares: garantizar medidas de prevención adecuadas y efectivas, facilitar el acceso a un tratamiento de alta calidad y asequible y el apoyo a las personas para reintegrarse en la sociedad tras su recuperación. Además, se han asignado 1.230 millones de euros a fondos para financiar actividades que promuevan la salud mental para el periodo 2021-2027, de los que 765 irán destinados a proyectos de investigación e innovación. Un paso importante, aunque no podemos olvidar que el gran esfuerzo lo tienen que hacer los Estados miembro, en quienes recae la obligación de invertir recursos para dar cobertura a esta necesidad que va en aumento y que en estos momentos no cuenta ni con el presupuesto ni con los profesionales necesarios. 

En cualquier caso, no soy ese perfil político que defiende que «a más inversión mejor irán las cosas». No siempre es así; es más, me atrevería a decir que casi nunca es así. La inversión es necesaria, pero debe ir acompañada de algo más. El proyecto europeo se cimentó sobre los valores cristianos, unos valores cada vez más alejados de nuestro día a día. Sin ánimo de banalizar el trabajo de los profesionales de la salud mental, apuesto por recuperar esta suma necesaria entre inversión y valores cristianos porque defiendo con firmeza que esto sería muy positivo para buscar aquellas recetas que nos permitan gozar de una mejor salud mental en Europa. 

Volviendo a los datos, según el informe de Eurofound Salud mental: grupos de riesgo, tendencias, servicios y políticas, publicado el 2 de septiembre, los ingresos y los bajos niveles de educación son un factor de riesgo, como la falta de objetivos en la vida, carecer de un empleo durante mucho tiempo o la incapacidad para comprar una vivienda. La soledad es otro de los factores de riesgo y se manifiesta en muchos casos en personas viudas o separadas. Las tensiones familiares, las rupturas o intentar buscar respuestas profundas a nuestra vida en plataformas a través del móvil no son la mejor receta. Hemos llegado a creer que la familia ya no es tan necesaria. Tampoco los padres, profesores, mucho menos la religión, el esfuerzo, el sufrimiento o la alegría de vivir. Hemos dejado de buscar sentido en esos objetivos fruto de una reflexión serena y que le dan sentido a nuestra vida. Formar una familia, comprar una vivienda, tener trabajo, hacer planes a largo plazo, hablar, salir, el contacto físico, el afecto, la solidaridad, la felicidad, son cuestiones que se olvidan, no se practican o generan frustración en esta época de la inmediatez y los derechos. Si los más jóvenes vuelven a encontrar sus puntos de referencia fuera de las pantallas, seremos capaces de minimizar o reducir el impacto de esta pandemia silenciosa pero perversa. Pero este tema daría, al menos, para otra tribuna.