Raymond Aron: una tesis premonitoria
El jesuita Fessard, intelectual que influyó en la formación del Papa Francisco, percibió en su amigo Aron, politólogo francés, una búsqueda de trascendencia y un misterio, en el sentido metafísico del término
El 17 de octubre de 1983 falleció de una crisis cardiaca en el Palacio de Justicia de París Raymond Aron, uno de los grandes politólogos del siglo XX, poco después de haber publicado sus Memorias. De Aron se ha resaltado su ideología liberal en la Francia del existencialismo y del marxismo, representada por Sartre, o su enfoque realista en las relaciones internacionales, pero se conocen menos otras facetas de su vida, como su amistad con el jesuita Gaston Fessard, un intelectual que influyó en la formación del Papa Francisco y que aplicó el método de la dialéctica a los ejercicios espirituales de san Ignacio. Ambos compartieron la oposición al nazismo, al comunismo o a la guerra de Argelia. Fue una amistad entre un judío no creyente y un teólogo jesuita basada en el respeto mutuo, la confianza y la discreción.
Fessard, fallecido en 1978, dejó una obra inédita publicada en 1980, La filosofía de la historia en Raymond Aron. Además de ser un libro brillante, elogiado por su amigo Aron, la génesis de esta obra está relacionada con una experiencia personal del jesuita. Asistió el 26 de marzo de 1938, tomando notas de continuo, a la lectura de la tesis doctoral de Aron en la Sorbona, una fecha sobre la que no casualmente pesaba el Anchluss, la anexión de Austria por la Alemania nazi trece días antes. Para Aron no era un simple titular de prensa, sino un presagio de males mayores, pero los miembros del tribunal, presidido por el filósofo Léon Brunschvicg, estaban demasiado enfrascados en querellas académicas como para darse cuenta de que los postulados del doctorando iban más allá de una brillante exposición y se reflejaban en la actualidad política tanto interior como exterior. No en vano, Aron había ampliado sus estudios en Alemania entre 1930 y 1933, donde asistió a la ascensión del nazismo y la quema de libros en las universidades le llevó a sombrías reflexiones. Pero antes, en 1931, su intuición, un tanto pascaliana, le llevó a escribir a un amigo: «No hemos nacido para compartir el entusiasmo de las ideas victoriosas. Hay que hacer el trabajo de cada uno, con una voluntad teñida de resignación, y esperar la alegría de las personas y de uno mismo. Pienso que esto no es egoísmo pequeño burgués, sino sabiduría». Hasta aquel entonces, Aron compartía los mismos ideales de sus compañeros franceses de estudios: pacifismo, universalismo en contraposición al nacionalismo, hostilidad hacia los poderosos, socialismo… Creía también que el egoísmo francés dificultaba la reconciliación francoalemana y la paz en Europa, pero ahora pensaba que, ante la amenaza hitleriana, Francia debería tener más en cuenta el presente que el pasado. Seis meses después, en una carta a Fessard, tras el compromiso de Múnich que entregó los Sudetes a Hitler, escribió: «Si Francia no vence su desunión y se reagrupa, no existirá dentro de diez años, con o sin guerra, con una hitlerización venida del interior o del exterior».
En la defensa de su tesis, Aron dijo que había estudiado la filosofía marxista de la historia hasta llegar a la conclusión de que había abandonado el conocimiento histórico para sustituirlo por una «nueva metafísica». Denunciaba, por tanto, la cárcel del determinismo y aseguraba que la verdad de la ciencia histórica era inseparable del problema práctico de la libertad. Brunschvicg, presidente del tribunal, calificó la tesis de «pensamiento negativo» y «dialéctica sin entrañas», aunque no puso en duda la inteligencia y la lucidez de los análisis de Aron. Otro examinador, Paul Fauconnet, le calificó de «satánico o desesperado» por atreverse a criticar las aportaciones de acreditados sociólogos, a excepción de Max Weber, cuya teoría sobre el carisma fue tachada por Fauconnet de «barroca y absurda». Aron se limitó a responder que él había intentado comprender lo que era la historia a partir de las cosas más sencillas. A las objeciones del profesor Vermeil sobre el enfoque dado a los filósofos analizados en la tesis, Aron contestó que no habían perdido su fe en la ciencia, aunque demostraron que ya no se podía tener fe en la historia.
El libro póstumo de Fessard percibía en Aron una búsqueda de trascendencia, pese a que su amigo no era creyente sino un racionalista influido por Descartes y Spinoza. Según Nicolas Baverez, la razón aroniana era una razón trascendente que ocupaba el mismo lugar que Dios en Pascal. Detrás de ella, Aron intuía un misterio en el sentido metafísico del término. Fessard explicaba esa postura por la pertenencia del intelectual al pueblo judío. Al criticar unas opiniones de De Gaulle sobre el Estado de Israel, Aron aseguró que abrían la puerta al antisemitismo. Su defensa de la libertad y de una orientación moral última le impedían expresarse de otro modo.