Ramón Tamames: «El proletariado clásico se acabó hace mucho» - Alfa y Omega

Ramón Tamames: «El proletariado clásico se acabó hace mucho»

José María Ballester Esquivias
Foto: José Ramón Ladra

«Hay que ser bastante necio para pensar que se puede ver España en 2050». Ramón Tamames, catedrático, intelectual de altos vuelos, antiguo político que evolucionó desde la izquierda hasta posturas más moderadas, no ve la utilidad de esos estudios. Ilustra su argumentación con la experiencia que tuvo con el conocido previsor Herman Kahn. «Almorzamos juntos a principios de los 70. Le pregunté si creía que Nixon aguantaría. Me contestó: “Con toda seguridad”. Si se equivocó por completo sobre una cosa que sucedió dos años después –Watergate–, ya me dirá con 29 años. Hablar, como ha hecho Pedro Sánchez, de que tendremos que cubrir el déficit demográfico con 200.000 inmigrantes es renunciar, además, a unas políticas activas de demografía».

¿Fomentaría la natalidad?
Buena falta hace. Estamos ante un suicidio demográfico.

¿Hay ejemplos que seguir?
Francia y Suecia. Tenían una natalidad muy baja y adoptaron medidas especiales a favor de las madres, permisos de maternidad alargados, mayores subsidios y oportunidades de trabajo y vivienda. Con eso, subió mucho la natalidad en poco tiempo.

Y los ciclos de población pueden cambiar…
…por eso decir que hasta 2050 iremos con una natalidad baja y hacia un ocaso demográfico, me parece que es renunciar a las políticas y no favorecer una evolución positiva. Eso se puede apreciar en otros políticos.

¿Estamos a tiempo de invertir la tendencia?
Sí. Pero con mucha dificultad: las promociones han envejecido y una gran parte de la población no está en tiempos de una fecundidad que está por debajo del 1,3, cuando para mantener la población hay que superar el 2,1. Se puede hacer un estudio serio y resolver los problemas a medio plazo, pero salir con lo del 2050 me parece una jaimitada.

¿Cambiará la inmigración la tendencia de la sociedad española?
Hay un dualismo tremendo, es decir, contamos que nos entendemos bien con peruanos, ecuatorianos –chilenos vienen pocos y argentinos también–, dominicanos, pero la verdad es que la primera generación de llegada vive bastante separada: no llega a integrarse plenamente. Hace poco leía que en España hacen falta 700.000 albañiles y que hay muchos españoles que no quieren serlo. Pero muchos iberoamericanos que vengan tampoco van a querer trabajar ni en la construcción, ni en las minas, ni en la agricultura.

¿Se debe al desprestigio de la formación profesional?
No. Lo que hay en España, como en todo el mundo, es una acomodación de la gente que no quiere los trabajos más duros y repetitivos.

¿Qué quieren?
Principalmente trabajos del sector terciario, que ya representan más del 75 % de la población laboral. Es muy difícil, casi imposible, encontrar pastores o polacos que quieran venir a la fresa, son casi todos del Magreb. Y es difícil encontrar ferrallistas que no sean negros. No es ninguna muestra de racismo. Nuestro proletariado son los inmigrantes.

¿Se acabó el proletariado clásico?
Hace mucho tiempo. El proletariado, como dice la palabra, no tenía más que la prole, los hijos. Ahora tienen residencia principal, muchos segunda residencia, automóvil, vacaciones pagadas, estado de bienestar… Eso no tiene nada que ver con el proletariado de Marx y Engels.

Acaba de describir la famosa clase media española: según algunos se está extinguiendo.
No se está extinguiendo. Ha pasado apuros por la pandemia y durante la recuperación. Pero no se está extinguiendo. No es cierto.

¿Cómo se puede demostrar?
Este verano se ha producido una explosión del turismo interno impresionante. Asimismo, hay una acumulación de recursos en las cuentas bancarias familiares. Y gran parte de la recuperación vendrá del gasto en cuanto la gente empiece a confiar y disponga de los ahorros que tiene, que no sabe muy bien a qué dedicarlos.

¿Volverá la clase media a su estabilidad de antaño?
Es que no la ha perdido. Estará un poco más apretada, llegará a fin de mes con más problemas, pero no la ha perdido. El sentimiento de clase media va más allá de lo económico. Mucha gente, aunque las esté pasando canutas, sigue considerándose de clase media y se comporta como tal.

Una de las características de la clase media era el empleo estable. Ya no se da mucho.
El empleo estable en España es algo relativo: aquí tenemos un paro de tres millones y medio de personas registradas; con los ERTE llegaríamos a cuatro millones. Pero mucha gente no quiere trabajar. Prefieren tener un paro del 70 %, 400 euros que reúnen entre tres o cuatro de la familia, a lo que se añade la economía sumergida.

Con eso tiran.
Tiran. Y con mucho fraude a la Seguridad Social.

Así seguimos.
Bueno, creo que cuando se plantee la España de 2050 mucha gente pensará si seremos el mismo país con sus 19 autonomías [17 y Ceuta y Melilla] y con su Constitución de 1978. Creo que básicamente, sí: es muy difícil escaparse de España. Cataluña no va a salir nunca de España.

Sin embargo, lo han pensado.
Empezaron a separarse más de Castilla hacia 1412, cuando se alcanzó el Compromiso de Caspe. En mi libro ¿Adónde vas Cataluña? hago un recuento y son doce las ocasiones en que se han querido marchar.

A la fuerza ahorcan.
Si hubiera una fuerza real para marcharse, ya lo hubieran hecho. Los que hoy ocupan la Generalitat solo representan a dos millones de los siete que conforman Cataluña.

¿Lo volverán a intentar?
Sí, pero ellos saben que no va a ser posible.

En todo caso, la sacudida está siendo fuerte.
Está en declive.

Hablando de declive: ¿está dejando España de ser un país atractivo?
España no dejará de ser un país atractivo porque el principal atractivo de España, aunque no lo creamos, es el modo de vivir de los españoles: como en España no se vive en muchos sitios.

¿Por qué?
Porque hay un clima, unas características de población e individuales…


… se puede tomar a broma, pero el flamenco, los vinos generosos, la Fiesta Nacional, nuestros rasgos ambientales son cosas importantes. Nos diferencian profundamente de muchos europeos.

¿Seguirá siendo España un país de matriz católica?
Eso es menos probable: la desacralización es muy fuerte. Se lo digo al cardenal Rouco Varela, con el que coincido en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Volviendo a la desacralización.
Ha sido muy fuerte. Y la COVID-19 ha sido un factor tremendo.

¿Por qué motivos?
Se lo dije a un secretario de la Conferencia Episcopal Española: la Iglesia no tiene marketing.

Una solución, usted que es economista, podría consistir en fomentar la Doctrina Social de la Iglesia.
Pues no: suena a León XIII.

¡Qué va! Está muy actualizada. Hay fundaciones que se encargan de reflexionar sobre la materia. Sin ir más lejos, hace un par de años se hizo un documento sobre formación profesional.
Pues no las conozco. Y eso que sigo los movimientos católicos. Empecé con el padre Llanos y el Pozo del Tío Raimundo. Venía a comer a casa.

Usted admitió públicamente hace tiempo que estaba en un camino de vuelta a la fe. ¿En qué fase está?
Tuve una educación cristiana y nunca dejé de sentirme cristiano. Mire.

Diga.
Una vez que estábamos en Australia, mi mujer tuvo una caída y fuimos a urgencias de un hospital público –Lleno de aborígenes en situación muy lamentable, por cierto– y en la ficha de admisión pedían la confesión religiosa. Ella me preguntó: «¿Qué pongo?». Y le contesté: «Católica, apostólica y romana».

Lo puso.
Claro. Yo nunca me he sentido fuera del manto de la Iglesia.

¿Y de la fe?
He llegado al punto máximo, que explico en mi libro Buscando a Dios en el Universo. ¿Lo he encontrado? No, pero ya lo intuyo muy bien.