¿Quo vadis, comunidad internacional? - Alfa y Omega

Coinciden la mayoría de los analistas en que el cambio de posición de Estados Unidos en relación con la guerra de Ucrania, esperpénticamente expresado en la humillación de Trump a Zelenski en la Casa Blanca, supone el fin del mapa de alianzas internacionales y de la misma comunidad internacional, establecidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, así como la misma supervivencia de instituciones como la ONU o la OTAN; por lo que urge recuperar el valor de la comunidad internacional.

Desde que al acabar la Segunda Guerra Mundial el Papa Pío XII clamase por el primado del derecho internacional, la doctrina social de la Iglesia ha propuesto a los países formar una gran comunidad mundial. San Juan XIII, en su encíclica Pacem in terris, explica que todos los pueblos están formados por individuos que poseen con igual derecho una misma dignidad natural y que para la convivencia internacional rigen los mismos valores que para los seres humanos entre sí: la verdad, la justicia, la solidaridad y la libertad, regulados por la razón, la equidad, el derecho y la negociación.

Si ya san Pablo VI, en su encíclica Populorum progressio, promovió el ideal cristiano de una única familia de los pueblos, san Juan Pablo II aportó consideraciones hoy muy pertinentes: por un lado, la exigencia de mantener los acuerdos suscritos (pacta sunt servanda) para evitar la tentación de apelar al derecho de la fuerza más que a la fuerza del derecho. Por otro lado, que la negociación, la mediación, la conciliación y el arbitraje, expresión de la legalidad internacional, deban apoyarse en la creación de una efectiva «autoridad política internacional», que para Benedicto XVI (encíclica Caritas in veritate), ha de poder garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos a través de la coordinación de los diferentes foros internacionales.

Y el Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, hacía el mejor análisis de lo que iba a ocurrir cinco años después: que las afrentas contra la dignidad humana se juzgan de diversas maneras según convengan o no a determinados intereses, fundamentalmente económicos. Lo que es verdad cuando conviene a un poderoso deja de serlo cuando ya no le beneficia. Por eso hoy los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas.

¿A dónde vas, comunidad internacional (tan débil como incipiente)? Como en toda crisis, o a la tentación del maligno («todo esto te daré —las naciones—, si te postras y me adoras», Mt 4, 9), o a la oportunidad de dar un paso hacia la fraternidad universal («Que todos sean uno», Jn 17, 21).