¿Quién da sentido a nuestra vida? ¿Quién nos ayuda a ver ese amanecer que todos necesitamos para vivir con la alegría de saber que tenemos presente y futuro? Estos días estamos celebrando la Resurrección de Jesucristo. Es la fiesta del triunfo de la Vida sobre la muerte: Cristo ha resucitado y vive para siempre.
En esta Pascua me gustaría detenerme en tres expresiones del Evangelio: 1) «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro» (cfr. Mc 16, 1-7); 2) «El primer día de la semana, María Magdalena fue el sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro y vio la losa quitada del sepulcro» (cfr. Jn 20, 1-20), y 3) «Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Alegraos”. Ellas se acercaron, se postraron ante Él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: “No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”» (cfr. Mt 28, 8-15).
Todo ser humano, de una forma u otra, se ha planteado «¿quién nos correrá la piedra del sepulcro?». Es decir, ¿quién da salidas, esperanza, presente y futuro? Es la pregunta que se hacen las mujeres que han tomado la decisión de ir muy temprano al sepulcro para embalsamar a Jesús, pero también la que nos hacemos todos nosotros. Estas mujeres aman a Jesús, van al sepulcro por amor al Señor, con aromas que expresan precisamente el amor que le tienen. Son las primeras en entrar al sepulcro. Su gran preocupación es la misma que tenemos nosotros: la muerte, por muchas explicaciones que busquemos, no tiene respuesta desde nosotros mismos. Ante la muerte (sepulcro), nos encontramos con la piedra enorme que la tapa y que no nos da ninguna explicación. Aquella piedra enorme que ellas habían visto y que no podían mover, resulta que ya no existe; el sepulcro está vacío. Esa piedra, que representa todas las piedras que aplastan la vida del ser humano, ya no está.
¿Quién puede curar las heridas que nos aparecen en la vida? ¿Quién nos puede librar de todas las esclavitudes que tenemos? ¿Quién puede eliminar todos los pesimismos, tristezas, derrotas y desilusiones que tenemos? ¿Quién puede abrirnos en la vida, en todos los momentos, caminos de gozo, de esperanza, de verdadero sentido? Estas son las grandes preguntas que surgen ante las piedras que tenemos, que cierran los caminos de esperanza.
Las mujeres que acuden al sepulcro, temerosas como podemos estar nosotros en esta pandemia, descubren que la piedra del sepulcro está quitada. ¿Quién la ha removido? Jesús que ha resucitado. Él es el único que puede dar sentido a la vida. Él es quien abre todas las tumbas que impiden vivir con sentido la vida humana. Aquella sorpresa que experimentan las mujeres al reconocer a Jesús resucitado es la que necesitamos también nosotros. Nos aporta paz y seguridad; nos da esperanza y luz; nadie está perdido en esta tierra.
Después, la expresión «el primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro y vio la losa quitada del sepulcro», nos recuerda que ella tenía la concepción de que, con la muerte, todo acaba. Va a visitar la tumba de un muerto. Va a buscar a quien es la Vida como si fuese un cadáver. Y encuentra la losa quitada y el sepulcro vacío. Marcha a comunicárselo a Pedro y a Juan: «Se han llevado al Señor». Salen corriendo los discípulos y se nos dice que, cuando Juan entra en el sepulcro vacío, «vio y creyó». Se encuentran con el triunfo de la Vida sobre la muerte, Cristo ha resucitado. La Resurrección de Cristo es un sí a la vida de todo ser humano. Acércate a ese sí de Cristo y verás todo de una manera absolutamente nueva.
Por último, quiero que acojamos en nuestro corazón las palabras que Jesús dice a las mujeres cuando sale a su encuentro después de la Resurrección: «Alegraos. […] No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». La invitación que nos hace el Señor a la alegría cambia nuestra vida; la tristeza, el miedo, las dificultades reales que tengamos, tienen salida.
En este sentido, en esta Pascua que ahora hemos comenzado me gustaría recordaros que:
1. Cristo resucitado rompe todas las ataduras. Alegra el corazón; nos hace cantar de gozo y mantener viva la esperanza. Nos enseña el sendero por el que tenemos que ir y nos sitúa como testigos suyos en este mundo.
2. Cristo resucitado vacía los sepulcros; ya no hay muerte. Cuando Jesús sale a nuestro encuentro y nos dejamos encontrar por Él, produce alegría y no quita miedos. Nos hace acercar la vida a Él, postrarnos en su presencia y dejarnos abrazar por Él.
3. Cristo resucitado llena nuestras vidas de sentido y de verdad. Elimina la mentira desde la que muy a menudo vivimos, sin querer reconocer la verdad que Cristo nos ha regalado en su Resurrección como aquellos que decían que los discípulos habían robado su cuerpo.