Querida Eva - Alfa y Omega

No pude despedirme de ti. Pasados unos días, después del funeral de hace justo una semana, sentí el deseo de escribirte una carta para decirte algunas cosas. No será una carta íntima, pero hay cosas que no deben quedar escondidas. No hay que callar los motivos del cariño, ni tampoco los de la gratitud.

El pasado jueves, mientras celebrábamos tu vida, vino a mi mente la imagen del Cristo de Javier. La sonrisa de ese Cristo siempre me ha desconcertado. Pensando en ti y recordando algunas conversaciones, entendí que tus ganas de vivir durante todos estos años eran como la sonrisa de ese Cristo que goza de la Vida precisamente cuando los clavos atraviesan sus manos. Esa sonrisa, querida Eva, es la que quiero recordar de ti. La sonrisa de una mujer valiente que sin esconder jamás la dureza de la enfermedad supo gozar de la dicha de una vida hecha de pequeñas grandes cosas… los atardeceres desde la terraza de tu casa, el sonido de las campanas, las flores que amanecían contigo, la compañía de tu familia.

Siempre me desconcertó tu infinita capacidad para gozar. Siento no habértelo dicho más veces. Me gustaría aprender eso de ti: a gozar plenamente de la dicha de estar viva. Fuiste una disfrutona. Y lo decías, no parabas de decirlo y agradecerlo. ¡Gracias a la vida que me regala tantas cosas! Los que te conocimos sabemos cómo te comías cada instante de tu existencia. Por eso, querida Eva, sé que gozas de la plenitud eterna, de la Vida que nunca acaba. No me queda ninguna duda de que el Buen Dios te llevó de su mano para que ni en un solo instante anduvieras sola.

Tu fe vivida con naturalidad y sin alharacas, sin falsos escrúpulos, es otro de los recuerdos que quiero mantener de ti. Y tu coraje, la pasión con la que cuidaste tu vida y la vida de quienes más amabas. Esa es otra de tus grandes virtudes. Por todo eso, y algunas cosas más, te doy las gracias.

Gracias, querida Eva, por alegrarte con el corazón, aun cuando tú estuvieras atravesando una y otra vez por la incertidumbre. Gracias, querida Eva, por dedicar un cachito de tu corazón a dolores y sufrimientos de los que solo hablabas después de pedir permiso. Gracias, querida Eva, por mostrar sin aspavientos que se puede sonreír aún cuando la muerte avanza. Y Gracias a Dios y a los tuyos por haber podido compartir contigo un pedazo de esta vida.

Descansa en paz, querida Eva, descansa en paz.