Qué pocas cosas no cesan… - Alfa y Omega

Qué alegría tengo… No la puedo callar, ni quiero… Reconozco que suelo ser un quejica, tal vez porque siempre fui el pequeño y el único hijo varón de mis padres. Perdón por estas confianzas, lector, pero es que, a la Luz de estos días, veo las cosas un poco más claras. Me da mucha alegría saber que uno puede fiarse de quienes han venido a este mundo a luchar por convertirlo en un hogar para los que no tienen techo; me da mucha alegría conocer que cada día hay personas de carne y hueso que están dispuestas a aportar sus talentos sin medida, sin calcular riesgos cicateramente; me da mucha alegría compartir en profundidad que, a pesar de los pesares, nunca estamos solos, y eso que cuando uno levanta la mirada de su ombligo se encuentra que hay más lugares inhóspitos de los que podía imaginar. De todos modos, la raíz de la verdadera alegría está en descubrir que hay cruces y luces que nos enseñan que no estamos dejados de la mano de Dios, sino que permanentemente nos tiene en sus manos.

Desde que todo lo que está a nuestro alcance se puede comprar, desde que todos los objetos que nos rodean llevan impresa o su fecha de consumo preferente o su fecha de caducidad, o tienen programada su obsolescencia, uno tiene la sombría impresión de que todo tiene un final, un final que no depende de uno, y eso nos sobreviene con una inexorable sensación de inoportunidad. Imaginamos controlarlo todo y, sin embargo, casi todo se nos escapa. Ahora bien, si tomamos un poco de aire, si dejamos a un lado nuestro afán de control, enseguida caemos en la cuenta de que no todo tiene ese fatídico instante terminal en el que todo desaparece fantasmagóricamente. 

Es verdad que cuesta creer que hay cosas que no cesan… No terminamos de aceptar que nuestra mirada es casi siempre miope. Quizá por esa razón pasamos por alto algo muy básico: hay quien no tiene principio ni fin, y que, por una razón tan poderosa como el amor, ha engendrado criaturas que, aunque tienen un nacimiento y una muerte, están llamadas a su misma vida. Imagínate, tú y yo, aunque pensamos que somos ciudadanos perdidos en un laberinto insoportable; tú y yo, que a veces nos cuesta respirar porque nos parece estar en medio de un fuego asfixiados por el humo; tú y yo, que nos quejamos de habitar en medio de los restos de un naufragio como si fuésemos víctimas inocentes; resulta que, tú y yo, somos-una-casi-nada llamados a disfrutar de una vida buena que nunca se acaba… Qué alegría tengo…