Levantó la mano despacio y pidió el turno de palabra. Estaban prácticamente todos los que vivían en el edificio y formaban parte del Programa de Protección Internacional. Personas de Malí, Perú, Colombia Venezuela, Guinea, Sáhara. Se les estaban comunicando algunos cambios por motivos de reorganización. Se rebatieron puntos. Alguien, para intentar convencerlos, afirmó: «Sois privilegiados por recibir esta ayuda». Uno de ellos decidió intervenir. «Agradezco y agradecemos todo lo que recibimos. Pero yo no estoy aquí porque quiero. No elegí venir. Las circunstancias de la vida me obligaron. Mi país no me protege y he venido buscando un lugar seguro». Un silencio intenso llenó la sala. Otros compañeros suyos, que han llegado cruzando el mar en una balsa hinchable, le miraban fijamente. Algunos tuvieron que arrojar al agua a sus propios amigos. No resistieron y murieron. A otros les cuesta dormir por la mezcla de nostalgia e incertidumbre.
Tiene 35 años y es padre de una hija a quien no ve desde hace muchos meses. Su participación en documentales de denuncia de la situación en Colombia le obligó a huir. Llegó a Barcelona y comenzó una formación audiovisual que tuvo que abandonar. COVID-19 y se acabó la beca. Aquí ha vuelto a usar su guitarra. En su país le prohibieron cantar. Sus letras hablan de esperanza, de nuevos comienzos y de descubrir la belleza cada día. Forma parte de un grupo de música. Quien sabe si algún día podrán grabar una canción. Poco tiempo después de llegar a nuestro piso acompañó a otro chico de Guinea a hacer una gestión administrativa. Dice que ese día se dio cuenta de que quería enseñar castellano. Recuperar sus años como profesor en la universidad. Piensa idear un método de aprendizaje a través de medios audiovisuales.
Él, como el resto, disfruta de esta oportunidad. Una especie de oasis que durará un tiempo. El que se tarde en resolver su solicitud de asilo. La mayoría la obtendrá desfavorable. Esto hace que trabajar, tener asistencia sanitaria, una vivienda o residir legalmente se haya convertido en un privilegio.
Mirando aquella sala, llena de chicos jóvenes con proyectos y esperanzas, pensé que estábamos, sin saberlo, en el inicio de una gran revolución. La creación de una sociedad donde todos, sin excepción, tengan el privilegio de vivir en paz, experimentar el amor, cumplir su misión en este mundo. Lo llaman paraíso.