Parecía que era un dogma inamovible del que quien osaba discrepar públicamente era vilipendiado. Si el crítico tenía algún cargo de relevancia era apartado. Hablo de la ideología de género y la cultura woke. A quien manifestaba su rechazo a estos postulados, se le ponía todo tipo de etiquetas. El avance de esta ideología era arrollador mientras sus impulsores y fieles devotos celebraban su expansión como una consecución de derechos progresistas. Muchas multinacionales se alineaban hasta el punto de convertirse en poderosos apóstoles dedicados a la causa, aunque su mercado y productos nada tuvieran que ver con ello. Pero en el último mes, Disney ha renunciado a la agenda LGTBI que hasta ese momento defendía para «centrarse en el entretenimiento». Google acaba de anunciar que elimina el mes del Orgullo de su aplicación del calendario y abandona sus políticas de diversidad, igualdad e inclusión. En la misma línea, McDonald’s acaba de anunciar que retira sus objetivos de diversidad y de aumentar el número de minorías en sus propias filas. Son numerosos los bancos que han abandonado los créditos verdes y Facebook encabeza las empresas tecnológicas que han renegado de su control de contenidos contrarios a la corriente de moda para abrazar ahora una línea más conservadora.
Algún ingenuo podría pensar que les ha pasado como a san Pablo, una caída del caballo y una conversión. Yo me inclino por ver una simple estrategia para arrimarse a lo que más beneficio puede reportarles. Ahora el paso lo marca el nuevo inquilino de la Casa Blanca, que ha vuelto a definir solo dos géneros: masculino y femenino; anunciado que retirará la financiación a las escuelas que adoctrinen a los niños y prohibido a los trans competir en campeonatos femeninos. Suficiente para tan repentino cambio ideológico en las empresas que buscan posicionarse en primera fila para salir en la foto del nuevo mapa político y comercial. Como dijo Quevedo, «poderoso caballero es don Dinero».