Presidente del Comité contra el Racismo en EE. UU.: «¿Qué dice esto sobre mí?»
Monseñor Shelton J. Fabre, presidente del Comité Ad Hoc contra el Racismo, de la Conferencia Episcopal Estadounidense, viaja por todo el país para ayudar a la comunidad católica a comprender que «el racismo es tanto un pecado personal como social»
¿Cómo ha sido durante estos días su vida como presidente del Comité Ad Hoc contra el racismo? ¿Cómo se ha respondido desde el comité a esta emergencia?
Estos días he estado haciendo entrevistas que plantean la cuestión del racismo en entornos católicos, lo cual es muy importante para crear conciencia de que es una cuestión de defensa de la vida. También he estado en contacto con mis hermanos obispos y con distintos movimientos y grupos para orientarles, ofreciéndoles recursos y una comprensión más profunda de lo que la Iglesia puede aportar a este debate. Todo ello con las restricciones del confinamiento… y con una tormenta tropical, Cristóbal, golpeando mi diócesis.
Ha sido abrumador, pero lo hemos estado haciendo con el fin de que este sea un momento pedagógico. Por supuesto he estado también en contacto con la comunidad afroamericana, que vive este momento con furia por la muerte de otro varón negro bajo custodia policial pero también con el deseo real de que la gente escuche a las protestas pacíficas y responda a ellas, que la violencia no desvíe la atención de la necesidad de abordar este problema.
Las declaraciones de obispos estos días traslucían el hartazgo por una situación, la de la muerte violenta de un negro a manos de la Policía, que se repite. ¿Después de las protestas, volveremos una vez más a una normalidad en la que no cambia nada?
Sinceramente, veo signos de esperanza. Esta vez personas de todo tipo, de todo el país y de otras partes del mundo, están despertando a esta realidad y hablando sobre ella. El vídeo de la muerte de George Floyd mostró con claridad que se trataba de un ataque contra la dignidad de su vida, que se le debería haber permitido respirar; es trágico, terrible de ver. Ha tocado algo dentro de gente que no sufre esto, les ha dado cierta idea de lo que estamos hablando y les ha llevado a pensar que, aunque en su vida no les afecte directamente (aunque el racismo tiene un impacto negativo en todos), esto está mal.
En conversaciones con la gente percibo más conciencia y horror por lo que ha pasado, y al menos una apertura a preguntarse qué dice esto sobre nosotros y (ojalá) también sobre mí. Creo que va a suponer un cambio más profundo que en otros momentos, y es mi esperanza que haya más apertura a intentar cambiar esta realidad juntos.
¿Tiene el racismo contra los negros en EE. UU. rasgos específicos que lo diferencien del racismo contra otros grupos?
Cualquier forma de racismo y contra cualquier raza está mal y es un ataque contra su dignidad. Pero los actos racistas contra los negros en Estados Unidos agravan las cicatrices y las heridas todavía abiertas que dejó el legado de esclavitud y de esa otra esclavitud mantenida durante tanto tiempo mediante leyes que restringían sus derechos. Pasa igual con los latinos, cuyos ancestros también sufrieron agresiones sistémicas y eran linchados en este país.
¿Qué conexión hay entre las actitudes racistas (incluso inconscientes) y el racismo sistémico, las injusticias y la desigualdad que sufren los afroamericanos?
Tenemos que reconocer que el racismo es tanto un pecado personal como social, porque es sistémico. Muchas personas pueden pensar que no son racistas; pero si examinamos nuestro corazón y los conflictos sobre el racismo que probablemente encontremos en él podemos comprender que mi pecado personal contribuye a reforzar el racismo sistémico que ha existido en este país durante siglos. Es racista que no te gusten los negros; pero también no reconocer que alguien afroamericano va a ser tratado en el sistema de justicia con más dureza que un no afroamericano.
Pero las muestras de racismo violento no son los únicos casos de violencia. Es un problema generalizado en muchos ámbitos de la sociedad estadounidense.
Naturalmente hay que tratar de poner fin a toda violencia. Pero creo necesario reconocer ambos problemas. Y la dicotomía entre uno y otro se puede estar planteando para reducir nuestros esfuerzos para abordar la violencia provocada por el racismo. La violencia con frecuencia se ha visto agravada por los prejuicios, por la pobreza generacional, por el trato que atenta contra la dignidad de estas personas y por la degradación de la familia como consecuencia del mismo.
Tenemos que reconocer este aspecto de forma específica y prestarle una atención deliberada, abordar las raíces del problema. Las protestas violentas, que condeno, desgraciadamente desvían la atención del debate que deberíamos estar teniendo sobre por qué se producen actos racistas.
¿Qué vacuna hay contra esto?
La conversión de los corazones a Jesucristo. Esa es la repuesta para respetar la vida de toda persona, negra, latina, nativa, asiática, etc.; y para reconocer que el racismo afecta a nuestras comunidades de forma particular. Esta conversión ocurre de forma gradual y requiere que desde el encuentro con Cristo se entienda la destrucción que el racismo causa en cada uno. Comprendido esto, a través del Espíritu Santo podemos realmente esforzarnos por alcanzar ese amor y esa unidad de la Santísima Trinidad (dos fiestas que hemos celebrado hace poco). Y eso pasa por trabajar para erradicar el racismo y todas las políticas que tienen un impacto tan negativo en la vida de nuestros hermanos.
Estos hechos se producen año y medio después de la carta pastoral Abramos de par en par nuestros corazones, preparada por su comité (se puede leer aquí). ¿Qué impacto ha tenido?
Más diócesis han empezado a abordar la cuestión del racismo y la reconciliación y armonía entre razas. Vemos además más interés por parte de católicos que no tenían ninguna experiencia previa sobre esta cuestión, y una apertura a encontrarse con el otro y que ese encuentro lleve a una reflexión sobre qué hay en mi corazón a lo que yo deba hacer frente en relación con el racismo. Es impresionante ver ese deseo de personas muy variadas, de todas las razas, por comprender los problemas y saber qué puede aportar la Iglesia. Queda mucho trabajo pero tengo esperanza, porque la carta pastoral ha sacado este tema y la gente ha respondido.
Después, hace unos meses, adaptaron su contenido para niños con el cuento Todo el mundo encaja. ¿Qué se está haciendo para aterrizar esta cuestión en las comunidades?
Dentro de nuestra labor de ayudar y orientar a las diócesis seguramente la parte más importante sean las sesiones de escucha. Desde que se creó el comité he estado viajando por todo el país para participar en ellas. Estas sesiones son momentos diocesanos de encuentro en los que participa el obispo y se escuchan testimonios sobre cómo el racismo afecta a las personas. Así, el obispo y los asistentes ponen rostro a esta cuestión, que hasta entonces podía ser una idea general.
Se pretende que sea un catalizador para suscitar el debate y otros momentos de encuentro, y para que cada diócesis empiece a abordar este mal tal como se manifiesta en su territorio. La primera fue en Saint Louis, y desde entonces esta archidiócesis ha dado un paso al frente y está trabajando mucho.
También vamos a empezar a trabajar con los seminarios y noviciados, para que cuando salgan de ellos los sacerdotes y religiosos tengan formación y algún tipo de experiencia sobre estas cuestiones que les ayuden a identificarse con las personas de sus comunidades que las sufran y a alzar la voz de forma constructiva.
¿Dónde es más difícil su trabajo, en comunidades mixtas donde puede haber roces o sentimientos de agravio entre varias razas o en las que son más homogéneas y quizá no tienen experiencia (o interés) sobre esta cuestión?
Me alegra y agradezco cuando comunidades predominantemente de una raza trabajan este tema, pero creo que el debate surge de forma más natural en las que son mixtas, al haber distintas perspectivas y experiencias. El corazón cambia cuando el Espíritu Santo entra en él, y esto se puede producir a través de una vivencia profunda de escuchar la historia de alguien. Por eso las sesiones de escucha son diocesanas y multirraciales, e intentamos que sean el modelo de otros encuentros; de forma que si tu parroquia es mayoritariamente de una raza, se asocie con otra de otra. Cuanto más nos abramos a que el Espíritu se mueva entre nosotros, más fuerza tendremos.
En una entrevista, el cardenal Turkson ha invitado a las diócesis estadounidenses a organizar encuentros ecuménicos de oración en torno al perdón, para que la gente exprese su indignación y dolor de una forma sana y sanadora. ¿Sería esta una forma católica de hincar rodilla?
Estoy de acuerdo con el cardenal en que debemos buscar sanación y reconciliación. Es lo que hemos intentado hacer con las sesiones de escucha. La oración tiene un papel clave para superar el racismo: oración pidiendo al Señor que nos fortalezca, oración pidiendo perdón y perdonando, oración también para celebrar lo que hemos avanzado aunque nos quede mucho. Arrodillarse es la postura de oración en la Iglesia, un gesto que a la vez que pide perdón y expresa la dependencia y confianza en el otro. Nosotros solo podemos recomendarlo a las diócesis, pero espero que empiecen a hacerlo. Eso sí, la oración no puede ser lo único. La oración lleva a la acción (incluyendo el formarse), y nunca debería haber acción sin oración.