¿De qué hablamos cuando hablamos de racismo sistémico? - Alfa y Omega

¿De qué hablamos cuando hablamos de racismo sistémico?

Aunque Estados Unidos «ha hecho avances en la eliminación de parte de la discriminación racial legalizada e institucionalizada de años pasados», estos avances no son totales. «Los datos sobre el bienestar social y económico muestran disparidades entre muchas personas de color y sus homólogas blancas». Este es el panorama de datos recopilados por el Comité Ad Hoc contra el Racismo de los obispos de Estados Unidos

María Martínez López
Foto: CNS

«El racismo es tanto un pecado personal como social, porque es sistémico». Lo afirma en entrevista con Alfa y Omega monseñor Shelton J. Fabre, presidente del Comité Ad Hoc contra el Racismo, de la Conferencia Episcopal Estadounidense. Sin embargo, para muchas personas no familiarizadas con el tema, cuesta entender qué significa este «racismo sistémico».

La carta pastoral Abramos de par en par nuestros corazones, publicada en 2018 por la Conferencia Episcopal Estadounidense, responde que «el racismo puede ser institucional cuando se mantienen prácticas o tradiciones que tratan a ciertos grupos de personas injustamente. Los efectos acumulativos de los pecados personales del racismo han llevado a estructuras sociales de injusticia y violencia que nos hacen a todos cómplices en el racismo».

¿Qué bienestar?

Para difundir mejor este problema, el comité también ha publicado varios resúmenes sobre el racismo institucional, y cómo este se manifiesta en diversos ámbitos. En uno de ellos, se afirma que «este mal se manifiesta en nuestros pensamientos individuales, y también en el funcionamiento de nuestra sociedad misma», y afecta a aspectos como «la educación, la vivienda, el empleo, la riqueza y la representación en posiciones de liderazgo».

Aunque Estados Unidos «ha hecho avances en la eliminación de parte de la discriminación racial legalizada e institucionalizada de años pasados», estos avances no son totales. «Los datos sobre el bienestar social y económico muestran disparidades entre muchas personas de color y sus homólogas blancas».

Más de la mitad de presos son de color

Uno de los aspectos donde los prejuicios están más arraigados es precisamente el que ha puesto en evidencia la muerte de George Floyd y otras con anterioridad: el relacionado con las interacciones con la Policía y el sistema judicial. Una de sus manifestaciones principales es que, mientras afroamericanos e hispanos son solo el 28 % de la población, son más de la mitad, el 56 %, de los presos, y el 42,6 % de los ejecutados.

Estos datos no se pueden explicar solo aludiendo a mayores tasas de criminalidad, aunque ciertos delitos estén más presentes entre los grupos económicos más vulnerables, donde las personas de color también están sobrerrepresentadas. Pero no es así siempre. Por ejemplo, aunque las tasas de consumo de droga son similares entre razas, en 2015 más del 25 % de arrestados por delitos relacionados con ello eran negros (siendo el 12 % de la población).

Uso de la fuerza

Por otro lado, si la Policía los para mientras conducen, es tres veces más probable que terminen registrando a las personas de color que a los blancos (6 % frente a 2 %, sin que esto implique más hallazgos de drogas o armas), y dos veces más probable que arresten a los negros. En sus interacciones con la Policía en general (no solo en las relacionadas con el tráfico) y en condiciones similares, es en torno a un 20 % más probable que se use la fuerza (no letal) contra negros que contra blancos.

Una vez han sido detenidos, otro obstáculo importante es el sistema de justicia. En él, los afroamericanos tienen más probabilidades de que se les niegue la libertad bajo fianza o la libertad condicional, de que se les pongan fianzas más altas (siendo personas en general de menos recursos) o de que se presenten contra ellos cargos más graves, como aquellos que exigen una cantidad de años mínima de sentencia. Además de a los prejuicios raciales, los investigadores atribuyen estos resultados a las dificultades para acceder a una defensa legal digna, pues las personas de color dependen en gran medida de abogados de oficio sobrecargados de trabajo.

Desde la vivienda hasta la educación

Pero el judicial no es el único campo donde las personas afroamericanas sufren las consecuencias de la desigualdad. Si se mira al económico, por ejemplo, se observa que antes de la crisis de 2008 una familia blanca clasificada como de ingresos bajos ganaba 9,8 veces más que su homóloga negra. En 2016 diferencia era solo de 4,6 veces más… pero por la pérdida de ingresos de la familia blanca, no a la inversa.

Otro dato significativo es que el porcentaje de hogares con una casa en propiedad entre los afroamericanos es solo del 43 %, frente al 72 % de blancos. O que en 14 de los 50 estados (más el Distrito de Columbia, donde se encuentra la capital) la población negra sufre tasas de desempleo al menos el doble de altas que los blancos. La discriminación laboral no se ha reducido en los últimos 25 años.

Especialmente preocupante, por su influencia en la perpetuación de la desigualdad sistémica, son las diferencias educativas. En este campo, los expertos denuncian un retorno de facto a los colegios segregados o cuasi segregados. El número de colegios con menos de un 40 % de alumnos blancos se ha doblado entre 1996 y 2016, y el porcentaje de estudiantes negros en estos centros ha pasado del 55 % al 71 %. Al financiarse con los impuestos locales sobre bienes inmuebles, las escuelas de las zonas habitadas mayoritariamente por personas de color tienen menos recursos, lo que se manifiesta en la ausencia de escolarización temprana, en la mayor inexperiencia del profesorado o en la incapacidad para organizar las clases especializadas en áreas como expresión escrita y matemáticas avanzadas, claves para facilitar el ingreso en las universidades.