Preservando la memoria de Mariúpol
Ganador de un Óscar, el material del documental que refleja el sitio de la ciudad ucraniana salió de allí en productos de higiene femenina
«Durante un paseo por Khreschatyk fui interceptada por periodistas que preguntaban a los peatones si habían tenido la oportunidad de ver el documental 20 días en Mariúpol [reciente ganador del Óscar a la Mejor Película Documental]. Debo admitir que no he podido verla», reveló Oleksandra Matviychuk en su cuenta de Facebook. No es que la laureada del Nobel de la Paz que documenta los crímenes de guerra cometidos por las fuerzas rusas sea débil. Es que 20 días en Mariúpol, creación del periodista ucraniano Mstyslav Chernov, retrata la guerra en toda su cruel brutalidad y desvarío.
Lo traumático de esta cinta se reflejó en el silencio opresivo que quedó después de los créditos en uno de los cines de la capital ucraniana. Aquel día las palabras se evaporaron. Los asistentes nos alejamos en silencio hacia la soledad de nuestros hogares. Por más que uno lea sobre la guerra, escuche testimonios o sea testigo directo de la muerte y el sufrimiento, enfrentarse a 90 minutos de crudas imágenes resulta abrumador.
Entre los colegas más jóvenes prevalece la tendencia a presumir de su proximidad al frente de batalla y de cuán frecuentemente se encuentran bajo fuego enemigo. Pero si algo hemos aprendido de esta guerra es que las heridas más profundas son a menudo invisibles. Si se pregunta a los periodistas ucranianos sobre los momentos más difíciles de este conflicto hablarán sobre el hedor a cadáveres que permanece tras excavar fosas comunes en Izium; sobre las horas de testimonios de víctimas de crímenes; sobre pérdidas que duelen como propias; sobre la necesidad de hacer preguntas en los momentos más terribles de la vida de una persona y el miedo a escuchar la respuesta.
Mariúpol representa uno de esos capítulos especialmente sombríos. La valentía de Chernov no solo se manifiesta en el riesgo que corrió al permanecer en la ciudad asediada, sino también en su fuerza emocional para revivir una y otra vez aquellos eventos traumáticos. Tras las metáforas, el juego de luces y la selección de encuadres reside un dolor que se desborda, inundando a la audiencia. 20 días en Mariúpol «es una historia personal. Y no solo porque sea narrada desde la perspectiva de un periodista, sino porque trata sobre nuestra comunidad, nuestra gente», afirma Chernov sobre su documental. Para él, la guerra es una vivencia profundamente personal; no se limita a ser un mero espectador, sino que se involucra activamente. El proceso de rescate y envío de materiales reflejado en el documental es importante desde el punto de vista de preservar la memoria histórica, sobre la cual el director habló al recoger la estatuilla: «El cine forma recuerdos y los recuerdos forman la historia».
Que Mariúpol se convertiría en el epicentro de una guerra a gran escala estaba claro para todos los que trabajaban en los frentes ucranianos antes del 2022. Esta ciudad industrial y desarrollada en la costa del mar de Azov se convirtió en objeto de especial atención por parte del Kremlin hace diez años. Entonces las fuerzas prorrusas no lograron capturar la ciudad. Sin embargo, incluso en los primeros viajes humanitarios de 2015, voluntarios y brigadas en el frente decían que esta ciudad sería una de las obsesiones de Putin cuando comenzara la gran guerra. El equipo de The Associated Press (AP) estaba al tanto y, un día antes del comienzo de la invasión, se dirigió a la ciudad, permaneciendo allí durante 20 días para documentar los crímenes de la armada rusa contra la población civil. La crónica narra los bombardeos en suburbios o en un hospital de maternidad; también la muerte de niños, la desesperación y la desolación de una ciudad sitiada. Los intensos episodios se alternan con secuencias menos crudas, ofreciendo tanto al espectador como al director del filme un momento para respirar y procesar lo visto. La voz tranquila de Chernov en la narración, con explicaciones sencillas, contrasta con la dinámica de los acontecimientos.
Dice Vasilisa Stepanenko, periodista del equipo de AP, que comprendieron el peligro de permanecer en Mariúpol después de que la propaganda rusa los acusara de «terrorismo informativo». Algunos de los materiales fueron escondidos incluso dentro de tampones, lo que permitió la creación de este documental. A pesar de comprender la importancia de su misión, Stepanenko sentía remordimiento y culpa por haber dejado atrás a la gente y no haber podido documentar el bombardeo del Teatro Dramático de Mariúpol, que pasó un día después de su salida. La presencia de los periodistas en la ciudad, reconocibles por el distintivo de prensa, brindaba a las personas la sensación de no estar solas, de que el mundo no las había abandonado. Porque lo más aterrador es morir en silencio sin esperanza de salvación.
El nombre de Mariúpol podría haber desaparecido de las páginas de los periódicos, pero su historia y su memoria se preservará gracias al trabajo de tres periodistas ucranianos. Gracias a sus 20 días en el infierno de Mariúpol.
La mejor película extranjera para la Academia de Hollywood ha sido en esta ocasión la coproducción británica La zona de interés. Una historia paralela y desconocida de esta cinta es que Rudolf Höss, comandante de Auschwitz y padre de la familia que vive ajena al dolor en un chalé al lado del campo, perdonó la vida a un sacerdote jesuita. Cuando el nazi fue capturado, antes de ser ejecutado pidió la confesión. Ante la negativa de no pocos, recordó a aquel sacerdote al que libró de la muerte y que era capellán en Polonia. El padre Lohn, así se llamaba, acudió a la llamada. La conversación duró varias horas y al día siguiente, antes de la ejecución, le llevó la Comunión.